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miércoles, 18 de abril de 2012

Comprensión o Compulsión

El carnicero del barrio junta los pesos que ganó en el mes. Destina una parte a los gastos corrientes y lo que le sobra lo usa para comprar dólares. Podría haber invertido en una heladera nueva.

Un empleado piensa en irse de vacaciones y elige Brasil. Podría haber viajado a Mar de Ajó.

Una petrolera decide utilizar las ganancias generadas en Argentina para expandirse en otros negocios fuera del país. Podría haber invertido en aumentar la producción.

¿Qué tienen en común estos tres “agentes de la economía”? En primer lugar, que toman una decisión en función de una variedad de alternativas. La toma de la decisión implica necesariamente que prefieren ese curso de acción y no otro distinto; evidencia que eligiendo ese camino creen que estarán mejor que si eligieran otro. Nada impide que, a posteriori, se den cuenta que estaban equivocados.

Lo segundo que tienen en común es que el camino elegido refleja que no desean invertir su dinero en Argentina. En el caso del turista, tal vez crea que Brasil es más lindo o tal vez nuestra inflación le ha hecho pensar: “por el mismo dinero, conozco otro país”. Si el carnicero compra dólares en lugar de una nueva heladera probablemente crea que para “los tiempos que vienen” lo mejor es ahorrar en algo seguro, en lugar de invertirlo. Para la petrolera, el caso no es muy distinto, tal vez supongan que realizar inversiones en el país conlleve un riesgo más grande que hacerlo en algún negocio en algún otro destino donde, por ejemplo, pueda elegir a qué precio vender.

Partir de esta base implica de nuestra parte partir de una “verstehen”, de una comprensión acerca de por qué el hombre actúa como actúa. “La comprensión aborda los juicios de valor, las elecciones de los fines y los medios a los que se recurre para alcanzar estos fines…”[1]. La verstehen apunta a entender: ¿por qué no se invierte en el país? ¿Por qué no solo las grandes y malignas corporaciones compran dólares sino los pequeños y medianos empresarios, los trabajadores y los empleados públicos? ¿Por qué el dinero fluye al exterior en lugar de quedarse aquí generando trabajo e inclusión social para los argentinos y las argentinas?

El sistema en el que vivimos no se molesta en realizar estas reflexiones. Lo que el gobierno ve en la realidad es un caos que necesita ser ordenado por resolución ministerial. Donde algunos ven orden espontáneo, ellos ven un inerradicable conflicto de intereses. Ven un interés público constantemente atacado por el fin de lucro de la ley del mercado que no quiere crear trabajo argentino.

Acto seguido, controlan los precios, insultan a productores de yerba mate, nacionalizan los ahorros, nacionalizan Aerolíneas Argentinas, declaran que el fútbol es para todos, prohíben que los que viven en el exterior extraigan dinero de sus cuentas en pesos y, como corolario – o nuevo punto de partida ¿quién sabe? – esta semana expropiaron YPF.

¿Y por qué NO hacerlo si, de otra forma, el mundo sería un caos?

El sistema en que vivimos presupone que el gobierno es el único que puede sacarnos de un inevitable mundo de todos contra todos. El voto mayoritario legitima, y al que no le gusta, está a favor del caos y la locura.

En el camina queda la libertad, como algo idílico, algo que alguna vez quisimos conseguir pero que ahora no es más que otra piedra en el zapato.



[1] Ludwig von Mises: “Los Fundamentos Últimos de la Ciencia Económica”

jueves, 5 de enero de 2012

El político discriminador

En los Estados Unidos, por mucho tiempo referencia obligada al hablar de libertad, democracia y progreso, surgió una polémica a raíz de la publicación de ciertas newsletters atribuidas a un candidato de corte neoliberal, como algunos gustarían en llamar.

Es problema que presentaban estas newsletters es que revelaban que este candidato aparentemente “libertario”, creyente en el mercado, en la no agresión, en la tolerancia entre las diferentes creencias y preferencias individuales, etcétera era realmente un racista homofóbico. Así las cosas, muchos atribuyen la pérdida de la Interna de Iowa a esta controversia.

Ahora bien, supongamos lo peor. Ron Paul es un facho discriminador que se mofa de los gays y cree que todas los negros son delincuentes. ¿Cuánto debería importarnos (poco a nosotros que vivimos abajo del mundo, pero supongamos que fuera un candidato argentino)? ¿Cuán relevante, entonces, son las preferencias individuales de los candidatos? ¿Por qué deberíamos preocuparnos de si un político es gay-friendly, antisemita o racista?


Lo que viene a la mente rápido es el ejemplo alemán del siglo pasado. Si antes de asumir la presidencia cantás a los cuatro viento que despreciás cierta religión, probablemente después termines cometiendo una masacre difícil de olvidar. Tomando este hecho en consideración, es comprensible que quedemos espantados cuando olemos algo siquiera parecido.

Sin embargo, lo que deberíamos tener en cuenta en lugar de las características personales de los candidatos y sus eventuales parcialidades respecto de ciertos temas es el sistema en que ese candidato ejercerá el poder.

¿Podrá este político materializar su discriminación y convertirla en política de Estado? ¿Es cierto que si el político que triunfa en las elecciones es gay-friendly entonces los “derechos de los gays” van a respetarse pero si es un ultracatólico conservador los homosexuales deberán volver al “under” de donde salieron? ¿Debemos realmente temer que si el nuevo presidente norteamericano no es negro puedan volver los tiempos de la segregación, por ejemplo?

Si lo que pesa en el sistema es la persona, entonces sí. Mucho miedo deberíamos tener. En los esquemas políticos en que lo importante es el tipo de persona que asume el trono, la sociedad buscará continuamente seres extraordinarios, amantes de todo tipo de religiones, amigos de todo tipo de preferencias sexuales, incapaces de discriminar, sensibles con los pobres, amigables con los ricos... en fin, un prototipo difícil de encontrar.

Por el otro lado, si el sistema es lo que importa y éste supone que las preferencias personales del mandatario no tengan ningún efecto práctico en la sociedad (paradójicamente el sistema que Ron Paul parece proponer al menos en alguna medida), poco debería importarnos si el nuevo presidente es gay, musulmán, judío, pelirrojo o si va a la cancha de Racing en lugar de a la de Boca.

La manera de evitar que la homofobia o la discriminación tengan algún efecto dañino concreto sobre la sociedad no es buscar continuamente el gobierno de Superman o la Mujer Maravilla, sino más bien encontrar aquel sistema en el cual, aun gobernando el Pingüino o el Guasón, los ciudadanos puedan vivir en paz.

viernes, 5 de agosto de 2011

Gracias a la Anomia

En la entrada de la semana pasada, cuestionamos la necesidad de tener elecciones obligatorias y pusimos de manifiesto la oposición que existe entre los procesos políticos electorales y los procesos electorales que se dan en el ámbito individual, que no deberían ser puestos en segundo lugar.

En este sentido, que la ley nos exija ir a votar, por más lo haga con la excusa de la civilidad y el compromiso ciudadano, es una amenaza contra la libertad de disponer de nuestro domingo como nos venga en gana y por eso consideramos que todo el concepto debería reverse.

Ahora bien, a juzgar por el porcentaje del padrón que, aun estando obligado, no fue a las urnas a cumplir con su “deber cívico” y a la luz la multa que se debería imponer a aquéllos, algo llama la atención.

Desarrollemos: en primer lugar, las noticias informaron que la asistencia fue del 68% del padrón[i], es decir que un 32% -o sea doscientos cincuenta y seis mil personas- no concurrió y es difícil pensar que tantos porteños estaban de viaje a más de 500 kilómetros de la ciudad. Lo más probable es que una mayoría de éstos, simplemente haya decidido hacer otra cosa.

En segundo lugar, una noticia de Infobae del año 2007, explicaba cuál sería el monto actualizado de la multa impuesta por no ir a votar. Haciendo cálculos, no ir a votar te costaría algo así como un centésimo de centavo, en el peor de los casos, y esto se debe a que nadie se preocupó por aggiornar la ley.

Respetar la ley

Siempre he escuchado con atención a distinguidos intelectuales, historiadores o economistas cuando planteaban que el problema de la Argentina era la falta de respeto por la ley. El gran problema de los argentinos para desarrollarse y ser, de una vez por todas, el país de la campaña de Néstor Kirchner (“Un País en Serio”), era su anomia.

Ahora bien, a juzgar por el dilema “libertad para elegir mi domingo versus obligación para elegir a mis gobernantes”, se ve que la anomia está jugando un rol muy importante a favor de la libertad.

Llevado a otros contextos, ¿no es la anomia la que hace que todavía existan bares donde se pueda fumar? ¿No es la anomia la que hace que puedas fumar ciertas sustancias en tu casa violando la Ley de Estupefacientes (pero respetando el artículo 20 de la Constitución Nacional)?

O bien, ¿no es la falta de respeto a la ley –de contratos de trabajo- la que permite que haya gente trabajando que, de otra forma, no podría hacerlo? ¿No es la facturación en negro lo que hace que algunas empresas funcionen mientras que, de otra manera, no podrían hacerlo? ¿No es la falta de respeto por ciertas regulaciones lo que permite que haya empresas de colectivos que te quieran ofrecer un mejor servicio?

Y mirando hacia atrás ¿No fue la anomia la que le permitió al pueblo soviético alimentarse y vestirse gracias a los enormes mercados negros que se desarrollaron? ¿Y no fue gracias a cierta manipulación de las normas que Oskar Schindler pasó a la posteridad?

¿Respetar qué ley?

No creo que deba contrarrestar una idea tan fuerte como que las normas deben ser respetadas o, de lo contrario, hacerse respetar, pero sí me parece importante considerar qué normas son las que deben prevalecer y qué sistemas emergen de qué normas.

Si respetar la ley a ultranza fuera la receta perfecta, la Unión Soviética seguiría siendo una cárcel y el nacionalsocialismo seguiría gobernando Alemania.

Tal vez gracias a Maradona, los argentinos nos hicimos fama de no respetar la ley. Pues bien, mientras las leyes que no se cumplen sean aquellas que violentan nuestras libertades y nuestros derechos esenciales, bienvenida sea esta reputación.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Kirchner

Su muerte y la Teoría del OVNI

Si la Argentina fuera conquistada por OVNIS y éstos transformaran nuestro suelo en un infierno viviente, bienvenida sería la hora de su extinción, desaparición o regreso a casa. De hecho, si pudiéramos ganarles una guerra, felices seríamos.

Sin embargo, la teoría del OVNI no aplica a nuestra actualidad nacional. Las premisas rectoras del gobierno de Néstor Kirchner fueron vitoreadas y aplaudidas por una amplia mayoría de nuestra sociedad.

Kirchner no era ningún OVNI. Obtuvo su legitimidad de la mano de la gente y se ganó a un electorado que eligió libremente sus postulados y sus programas.

Su muerte hoy extingue su persona, extingue su carisma y extingue su estilo de confrontación y agresión al contrincante pero de ninguna manera genera un cambio de raíz en la manera de enfrentar los problemas del país.

En nuestra democracia republicana, la única manera de superar el “modelo K” que hoy profundiza la presidente, es que nos convenzamos que los principios filosóficos que se encuentran detrás de éste sólo llevan a la pobreza, la ignorancia y el autoritarismo.

Hasta que esto no suceda, ni siquiera el suceso de esta mañana detendrá la impronta de nuestro ex presidente.


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Nota personal: yo soy hijo y mi viejo cumplió sesenta y uno hace poco. Así que -desde la distancia ideológica y física- acompaño el sentimiento de su familia.

lunes, 26 de julio de 2010

Memorias de Gregorio Dagnino Ruiz (II)

(este post es una continuación de la entrada anterior del mismo nombre)

Hoy tengo 76 años. Vivo en Scelenia hace cinco. Hace veinte años que “El Heraldo Moral” fue comprado por un grupo inversor sceleno y muchos nos fuimos por una cuestión de principios. Hace diez que todos hablan del “Milagro Sceleno”.

En la primera época, me cansé de escribir. Mis artículos eran lo más leído en todas partes. El país se caía a pedazos. Cerraban fábricas, crecía el desempleo, el dinero no alcanzaba y se esperaba un aumento de la criminalidad.

Fue lo primero que no sucedió. Y eso nos sorprendió a todos. Parecía que el gobierno había concentrado todas sus fuerzas en combatir la violencia y la delincuencia. Igual resultaba vergonzoso. El mismo gobierno causante del desempleo y la exclusión, castigaba por partida doble al quién no tenía otra opción que salir a robar.

Con el tiempo, la situación fue cambiando. A medida que bajaba la criminalidad, crecía la actividad empresarial (local y también extranjera). Al mismo ritmo fue facilitándose el acceso al trabajo.

Hoy, a 30 años del “Pacto” el país lidera rankings de PIB, PIB per cápita y competitividad al tiempo que es considerado uno de los países más seguros del globo. Los salarios son elevados y también lo es la brecha entre ricos y pobres. Sin embargo, no es menor mencionar que Scelenia cuenta con los primeros “cuatrillonarios” del mundo, con lo que a los de debajo de la pirámide no les va nada mal.
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En sus principales ciudades no se observan mendigos, ni personas pidiendo limosnas. La pobreza fue paulatinamente decreciendo hasta desaparecer del paisaje del país.
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El nivel de empleo es elevado y las revistas de “management” relatan con entusiasmo el extraño caso de los desempleados que rechazan ofertas laborales a la espera de la que realmente los conquiste.
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Los scelenos se olvidaron de las góndolas vacías. Todo lo contrario; a diario éstas ofrecen al público variedades de productos, a precios cada vez más bajos, provenientes de cualquier lugar del mundo.
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Las casas de asesoría financiera y manejo de capitales son un éxito y son la primera elección de los trabajadores para ahorrar y tener un futuro sin preocupaciones. Al día de hoy el 92% de las personas de la “tercera edad” puede costear su nivel de vida sin ayuda alguna.

Hasta hoy me pregunto si este devenir fue pura suerte.

¿Podía un gobierno lleno de horribles deseos lograr algo que no fuera un horrible país? ¿Podía un acuerdo que venerara el egoísmo y el individualismo a ultranza dar origen a una sociedad de cooperación, donde la interacción espontánea de sus empresas y sus individuos diera lugar a un progreso material y de calidad de vida sin precedentes?
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Scelenia era (bautizado por mí) el país de las malas intenciones. Sin embargo, había obtenido los logros sociales que siempre deseé para mi país y que nunca pude ver allí.
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De economía nunca entendí mucho. Por ello no me gasto en leer las explicaciones técnicas del “milagro”. Asumo que será una cuestión cultural.
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Ellos son muy respetuosos de la ley, de sus socios, de sus vecinos. Son muy trabajadores. Son educados -aunque las escuelas sean privadas-, son cultos... sí, seguramente ahí esté la clave. Seguramente ésa sea la razón principal.
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Sí, seguramente... ...
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Publicado en “Memorias de un periodista”, de Gregorio Dagnino Ruiz, Scelenia 2078