Luego de veinte años de gobierno del Partido Moralista, el país se encontraba sumido en la pobreza. La violencia era reina de las calles luego de la puesta del sol y la especulación y la avaricia estaban generando enormes hambrunas y escaseces. Para colmo de males, los precios de los pocos artículos disponibles eran inaccesibles.
A principios del ‘48 los otros dos partidos políticos (aquéllos que perdieran cinco elecciones consecutivas sin alcanzar -sumados- el 25% de los votos) habían firmado el acuerdo más recalcitrante de la historia política mundial. El pacto “Adiós Derechos” era una declaración de principios comunes entre estas dos fuerzas políticas y crearía el Partido de la Injusticia Social (PIS).
Para sorpresa mía y de la Comunidad Internacional toda, el primero de Junio del 2048, el PIS se impuso con el 58% de los votos.
Fue muy fácil para mí, periodista consagrado de más de 25 años de trayectoria y experiencia en mi país y en el mundo, concluir que la elección que había hecho la gente constituía un suicidio colectivo. Recuerdo en detalle algunos de los nefastos puntos del programa de gobierno.
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En un país con un 45% de desocupados, resultaba mínimamente irrazonable no tener un Plan de Empleos y pensar en una victoria electoral. No obstante, el pacto rezaba: “El gobierno no creará ni un solo empleo. Es responsabilidad de cada individuo procurarse la fuente de ingreso que mejor se alinee con sus preferencias y capacidades”. Una declaración de guerra abierta al derecho de empleo del que todo ciudadano debería gozar en una sociedad que quiera llamarse moral.
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Otros principios económicos a adoptar, tenían que ver con el comercio internacional: “No es tarea nuestra proteger ni incentivar la producción nacional. Si un fabricante extranjero decidiera vender sus productos en el país, podrá hacerlo sin restricción le pese a quien le pese”. La soberbia de la frase hablaba por sí sola, ¿quién protegería a los productores de la avanzada competencia? ¡Nadie!, estarían a la buena de dios.
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Peor aún, no sólo se desprotegería a los fabricantes nacionales de los extranjeros, sino que el gobierno estaba decidido a legalizar el abuso y los excesos de parte de los empleadores con sus empleados. “La dignidad del salario la dejaremos a criterio de cada empleado y no nos entrometeremos en las discusiones salariales que ocurran entre él y su empleador”. La opinión púbica mundial reaccionó con vehemencia. ¿Quién le permitió a estos atorrantes hablar de dignidad?
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Sólo continuar leyendo el pacto me producía malestar y una sensación de piedad y compasión por aquéllos pobres individuos que estaban por entrar en las puertas del infierno ¡y ellos mismo lo habían así querido! Los artículos se agravaban, no eran muchos, pero eran devastadores.
No sólo su economía era inmoral. Estos sujetos iban a por todo y arremetieron contra el último bastión de la solidaridad social. Se habían metido con nuestros viejos. “En nuestro país no habrá ‘derechos de la tercera edad’. No es nuestro trabajo garantizar el ingreso o el bienestar de las personas que llegan a edad adulta. Esta responsabilidad es sólo suya y no se harán excepciones”.
Por último, el desconocimiento absoluto de la responsabilidad de la sociedad en la vida de las personas. Una lucha de siglos, destruida en renglones. “El alcoholismo, la drogadicción, así como la obesidad, no son enfermedades sino caminos de acción que los hombres pueden, o no, tomar. No será responsabilidad del gobierno sacarlos del camino incorrecto ni indicarles cuál es el correcto en ningún modo”
¿Qué país podría salir de estos preceptos que parecían escritos por el mismísimo demonio? El reciente gobierno sólo se comprometía a proteger la seguridad física de las personas y al eufemismo de “hacer cumplir los contratos”. ¿Qué tipo de sociedad esperaríamos de semejante atropello a la moral? ¿Qué solidaridad habría en el país regido por este Pacto? ¿Con estas intenciones, cuáles serían los resultados?
El egoísmo reinará. La sociedad se volverá individualista y los Scelenos vivirán en un estado de “sálvese quien pueda (y si no puedes salvarte, entonces tienes todo el derecho del mundo de morirte y no molestar al resto)”. Bárbaro, espeluznante. Una salvajada. Así titulé mi nota esa semana de Junio: “Scelenia: Salven al ‘País de las Malas Intenciones’”. La repercusión fue conmovedora.
El público se manifestó; en las calles se exigía la liberación de los Scelenos. La comunidad internacional presionó al límite a su líder. No hubo respuestas. Estaban condenados...
Publicado en “Memorias de un periodista”, de Gregorio Dagnino Ruiz, Scelenia 2078.
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(i) Este extracto de las memorias de Dagnino Ruiz tendrá su segunda parte este Martes, en este mismo Blog. Ahí sabremos qué pasó con Scelenia finalmente.
(ii) Las imágenes son de http://www.banksy.co.uk/
Jaja! Quiero saber que sucede con Scelenia...
ResponderEliminarPodemos jugar a que tenemos que adivinar qué pasa.
ResponderEliminarInteresante. Vamos a ver, aunque parece algo extremo me gusta "el pacto" .
ResponderEliminaruna manera muy amena de presentar las cosas. Me gusta el personaje y mañana estaré atenta a como se resuelve la ficción...
ResponderEliminarbien con Bansky. Bien elegido.
ResponderEliminary bueno... me parece PIS es mas PArtido de la ironia social que la injusticia, jeje no?
y esta bien! la ironia es entradora.
salud,
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ResponderEliminarhollister outlet store
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