Hoy tengo 76 años. Vivo en Scelenia hace cinco. Hace veinte años que “El Heraldo Moral” fue comprado por un grupo inversor sceleno y muchos nos fuimos por una cuestión de principios. Hace diez que todos hablan del “Milagro Sceleno”.
En la primera época, me cansé de escribir. Mis artículos eran lo más leído en todas partes. El país se caía a pedazos. Cerraban fábricas, crecía el desempleo, el dinero no alcanzaba y se esperaba un aumento de la criminalidad.
Fue lo primero que no sucedió. Y eso nos sorprendió a todos. Parecía que el gobierno había concentrado todas sus fuerzas en combatir la violencia y la delincuencia. Igual resultaba vergonzoso. El mismo gobierno causante del desempleo y la exclusión, castigaba por partida doble al quién no tenía otra opción que salir a robar.
Con el tiempo, la situación fue cambiando. A medida que bajaba la criminalidad, crecía la actividad empresarial (local y también extranjera). Al mismo ritmo fue facilitándose el acceso al trabajo.
Hoy, a 30 años del “Pacto” el país lidera rankings de PIB, PIB per cápita y competitividad al tiempo que es considerado uno de los países más seguros del globo. Los salarios son elevados y también lo es la brecha entre ricos y pobres. Sin embargo, no es menor mencionar que Scelenia cuenta con los primeros “cuatrillonarios” del mundo, con lo que a los de debajo de la pirámide no les va nada mal.
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En sus principales ciudades no se observan mendigos, ni personas pidiendo limosnas. La pobreza fue paulatinamente decreciendo hasta desaparecer del paisaje del país.
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El nivel de empleo es elevado y las revistas de “management” relatan con entusiasmo el extraño caso de los desempleados que rechazan ofertas laborales a la espera de la que realmente los conquiste.
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Los scelenos se olvidaron de las góndolas vacías. Todo lo contrario; a diario éstas ofrecen al público variedades de productos, a precios cada vez más bajos, provenientes de cualquier lugar del mundo.
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Las casas de asesoría financiera y manejo de capitales son un éxito y son la primera elección de los trabajadores para ahorrar y tener un futuro sin preocupaciones. Al día de hoy el 92% de las personas de la “tercera edad” puede costear su nivel de vida sin ayuda alguna.
Hasta hoy me pregunto si este devenir fue pura suerte.
¿Podía un gobierno lleno de horribles deseos lograr algo que no fuera un horrible país? ¿Podía un acuerdo que venerara el egoísmo y el individualismo a ultranza dar origen a una sociedad de cooperación, donde la interacción espontánea de sus empresas y sus individuos diera lugar a un progreso material y de calidad de vida sin precedentes?
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Scelenia era (bautizado por mí) el país de las malas intenciones. Sin embargo, había obtenido los logros sociales que siempre deseé para mi país y que nunca pude ver allí.
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De economía nunca entendí mucho. Por ello no me gasto en leer las explicaciones técnicas del “milagro”. Asumo que será una cuestión cultural.
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En la primera época, me cansé de escribir. Mis artículos eran lo más leído en todas partes. El país se caía a pedazos. Cerraban fábricas, crecía el desempleo, el dinero no alcanzaba y se esperaba un aumento de la criminalidad.
Fue lo primero que no sucedió. Y eso nos sorprendió a todos. Parecía que el gobierno había concentrado todas sus fuerzas en combatir la violencia y la delincuencia. Igual resultaba vergonzoso. El mismo gobierno causante del desempleo y la exclusión, castigaba por partida doble al quién no tenía otra opción que salir a robar.
Con el tiempo, la situación fue cambiando. A medida que bajaba la criminalidad, crecía la actividad empresarial (local y también extranjera). Al mismo ritmo fue facilitándose el acceso al trabajo.
Hoy, a 30 años del “Pacto” el país lidera rankings de PIB, PIB per cápita y competitividad al tiempo que es considerado uno de los países más seguros del globo. Los salarios son elevados y también lo es la brecha entre ricos y pobres. Sin embargo, no es menor mencionar que Scelenia cuenta con los primeros “cuatrillonarios” del mundo, con lo que a los de debajo de la pirámide no les va nada mal.
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En sus principales ciudades no se observan mendigos, ni personas pidiendo limosnas. La pobreza fue paulatinamente decreciendo hasta desaparecer del paisaje del país.
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El nivel de empleo es elevado y las revistas de “management” relatan con entusiasmo el extraño caso de los desempleados que rechazan ofertas laborales a la espera de la que realmente los conquiste.
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Los scelenos se olvidaron de las góndolas vacías. Todo lo contrario; a diario éstas ofrecen al público variedades de productos, a precios cada vez más bajos, provenientes de cualquier lugar del mundo.
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Las casas de asesoría financiera y manejo de capitales son un éxito y son la primera elección de los trabajadores para ahorrar y tener un futuro sin preocupaciones. Al día de hoy el 92% de las personas de la “tercera edad” puede costear su nivel de vida sin ayuda alguna.
Hasta hoy me pregunto si este devenir fue pura suerte.
¿Podía un gobierno lleno de horribles deseos lograr algo que no fuera un horrible país? ¿Podía un acuerdo que venerara el egoísmo y el individualismo a ultranza dar origen a una sociedad de cooperación, donde la interacción espontánea de sus empresas y sus individuos diera lugar a un progreso material y de calidad de vida sin precedentes?
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Scelenia era (bautizado por mí) el país de las malas intenciones. Sin embargo, había obtenido los logros sociales que siempre deseé para mi país y que nunca pude ver allí.
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De economía nunca entendí mucho. Por ello no me gasto en leer las explicaciones técnicas del “milagro”. Asumo que será una cuestión cultural.
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Ellos son muy respetuosos de la ley, de sus socios, de sus vecinos. Son muy trabajadores. Son educados -aunque las escuelas sean privadas-, son cultos... sí, seguramente ahí esté la clave. Seguramente ésa sea la razón principal.
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Sí, seguramente... ...
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Publicado en “Memorias de un periodista”, de Gregorio Dagnino Ruiz, Scelenia 2078
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