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jueves, 2 de junio de 2011

Palabras, tan sólo palabras…

Muchas veces decimos palabras como “suerte”, “cuidáte” o “un gusto” cuando nos despedimos de alguien. Muchas veces también, ni conocemos a esa persona o resulta ser alguien que recién nos presentaron. Y salvo en algunas ocasiones donde lo decimos con verdadero sentido, estos vocablos se usan por simple rutina, para quedar bien, dar una buena imagen, o simplemente para cumplir con el protocolo.

Exactamente lo mismo hace la Presidente Cristina Fernández de Kirchner al invitar a los empresarios italianos a invertir en Argentina.

Palabras y Negocios

Luego de que el mismo Néstor terminara de destruir la confianza que el ahorrista italiano tuvo en el país antes del 2001, nadie puede pensar que el pedido de Cristina sea realmente algo sentido o, mínimamente, algo serio. Sin embargo, sí podemos interpretar su invitación como parte de una rutina o un protocolo.

Es decir, al igual que cuando decimos “suerte” por decir algo, CFK invita a la inversión a algunos italianos (olvidándose que frente a otros no podría ni aparecer) porque eso es lo que hace con todos los países que visita. Por supuesto, todos tomamos esto como lo más normal del mundo. ¿Para qué viaja el presidente si no es para propiciar buenos negocios para el país?

Ahora bien, como tantas otras cosas, puede suceder que tomemos algo como normal cuando en realidad no lo es. Y también puede suceder que esa normalidad sea, en realidad, un gran absurdo, una gran injusticia.

Si personalizamos un poco más la faena de la presidenta en Italia, podremos darnos cuenta que éste es el caso.

En definitiva, ¿qué tiene que hacer el presidente ampliando los negocios de nuestros millonarios empresarios argentinos? ¿En qué Constitución está escrito que la tarea de Cristina Fernández debe ser mejorar el vínculo entre la Cofindustria Italiana y la Unión Industrial Argentina? ¿Qué criterio de justicia se usa cuando los impuestos pagados por los más pobres se destinan a viajes y simposios carísimos destinados a incrementar aún más el nivel de actividad de los empresarios más ricos y más organizados de ambas latitudes?

Gobierno y Negocios

Los gobiernos fueron creados entre los hombres para proteger nuestros derechos más elementales. Para esto, cuentan con el monopolio de la fuerza que debe usarse solamente para evitar que un individuo tome posesión de mi casa, de mi auto o –peor- de mi novia o mi hermana[i].

Desde este punto de vista, el gobierno es un organismo torpe que entiende en términos de coerción, de imposición y, hasta donde sabemos, ni Thomas Edison ni Bill Gates decidieron crear sus revolucionarios negocios a partir de la coerción o la imposición.

Por otro lado, el gobierno es, por naturaleza, un organismo que restringe nuestra libertad. Como tal, lo único que puede hacer con las relaciones comerciales es trabarlas, no fomentarlas ni promoverlas. Las palabras de la Presidenta, ergo, son análogas al “cuidáte” que le decimos a una persona que no vamos a ver nunca más: están totalmente vacías de contenido.

Engaño, arbitrariedad e injusticia

Sin embargo, si admitiéramos por un segundo que estas cenas protocolares aportan algo al comercio internacional, todavía tenemos que resolver quiénes participan y por qué. ¿Por qué asiste De Mendiguren y no el carpintero de Villa Devoto? ¿Acaso él no podría beneficiarse igual de un acuerdo comercial con inversores italianos? ¿Por qué no voy yo y firmo la inversión en difundir lacrisisesfilosofica.blogspot? ¿Acaso no daré trabajo a muchos que empapelarán la ciudad con mi cara?

Cuando el gobierno “fomenta” las relaciones comerciales, no sólo predica sin contenido, sino que asume el papel arbitrario de seleccionar a un grupo de favorecidos y, además, utiliza el dinero de los más pobres para financiar el lobby de los más ricos.

Así las cosas, creo necesario que el gobierno vuelva a hacerse cargo de aquello que verdaderamente le compete para que los “empresarios afines” entiendan verdaderamente qué significa ser dueño de una compañía.


[i] En este caso el delito no es contra mi propiedad sino contra el derecho de mi novia o mi hermana de ser dueñas de sí mismas.

viernes, 25 de marzo de 2011

Los Aprovechadores

Juana: ¡Qué bien Tinelli que hace que su programa le cumpla el sueño a tantos chicos que necesitan!

María: ¡Ay Ju! ¿Qué decís? ¡Lo hace todo por el rating!

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José: ¿Viste la modelo que era cartonera? Además de estar muuuy buena, qué lindo mensaje envía a todos sobre la capacidad de progresar…

Lucio: ¡Calláte Joe! Seguro la contratan para poder pagarle dos pesos con cincuenta, total la mina va a aceptar o aceptar.

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Ariel: ¡Qué genio Messi! Además de ser el mejor jugador de la historia dona millones de euros para su fundación de asistencia a chicos en situación de riesgo…

Jimena: Muy ingenuo lo tuyo Ari, es obvio que lo hace para deducirlo del pago del impuesto a las ganancias. ¡Flor de vivo Lionel!

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Existe en nuestra sociedad, y probablemente en muchas otras, la idea de que las buenas acciones, las buenas de verdad, tienen que ir siempre en un solo sentido. Hacer el bien significa actuar de manera desinteresada; darle algo a otro sin contraprestación, sacrificarse.

Si algún individuo llegara –por medio de una actividad determinada- a ser parte de la mejora de la situación personal de otro y existiera la mínima sospecha de que de esa participación el primer individuo tendrá un beneficio personal, la actividad jamás ingresará al paraíso de lo moralmente correcto y su actor irá a parar al infierno de los aprovechadores.

Frente a esta idea cabe oponer dos cuestiones. En primer lugar vale la pena preguntarse por qué debería ser correcto sacrificarse por alguien de manera desinteresada. Es decir, si hoy evito gastar 10 pesos para ahorrar y comprarme una remera en dos meses, el sacrificio en el consumo presente me beneficia en un “mejor” consumo futuro.

Ahora, si yo sacrifico 10 pesos hoy regalándoselos a un individuo desconocido, ni en el presente ni en el futuro obtendré un resultado favorable de dicha acción. Mi sacrificio redunda directamente en el beneficio de este otro sujeto, pero es un juego donde uno pierde y otro gana. ¿Qué tiene de moralmente correcto este sistema? Nada.

Una segunda oposición a la idea de mandar a todos los aprovechadores al infierno es el papel que éstos cumplen en determinados sistemas. El economista profesor Israel Kirzner, en su crítica a la teoría de la competencia perfecta, indica que la realidad no se caracteriza por la existencia de mercados de competencia perfecta sino más bien por la existencia de mercados de conocimiento imperfecto (lo que significa que la razón por la cual en el barrio de Caballito compramos manzanas a 6 pesos el kilo es que no sabemos dónde conseguirlas más baratas).

Dado este conocimiento imperfecto, es el empresario –el aprovechador por excelencia- el que verá en estas imperfecciones oportunidades de beneficio. Si descubre que en Mataderos el kilo de manzanas está a dos pesos y agregando el precio del traslado puede revenderlo a 4$ y hacer negocio, entonces no dudará en aprovechar la situación para ganar dinero. Como colateral, este beneficio individual redunda en uno “social” para quienes viven en Caballito.

Sin embargo, si bien en términos generales este sistema se entiende y se juzga como mejor que otros, la noción de que la búsqueda del beneficio personal y que el egoísmo son intrínsecamente perversos, genera un sistema legal que impide el desarrollo de este proceso de manera eficaz.

En consecuencia tenemos leyes laborales que impiden la libre contratación, leyes que impiden el libre comercio y leyes que obligan a regalar ganancias al Estado para que éste redistribuya la riqueza.

Pero el tema no es económico sino de principios. Hasta no abandonar la hipocresía que implica la idea de que el sacrificio desinteresado es superior al interés personal, hasta que no admiremos a los aprovechadores y diseñemos un sistema en que el beneficio de ellos sea el beneficio del resto, las posibilidades de vivir en un país donde todos tengan una mejor calidad de vida seguirán siendo muy bajas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El Oso Garassino, Albredi y los valores

Además de morirme de risa al recordar a algunos profesionales del deporte, el último comercial de "Minicuotas Ribeiro®" me llamó a la reflexión.

Crisis de valores

Allá por el 2001, el clamor popular era “que se vayan todos”. La clase política había decepcionado a la población y el desempleo y el hambre dieron lugar a una situación desesperante para muchos.

Luego de investigar si el problema era político; si debíamos achicar el gasto como decía López Murphy; si debíamos armar una canasta de monedas como decía Cavallo; o si teníamos que abandonar la convertibilidad como se terminó haciendo, algunos se animaron a decir que el problema argentino era “de valores”. Muchos coincidimos.

En un país donde nadie cumple los contratos, nadie llega temprano, nadie respeta el tiempo ni el dinero de los otros, no podemos esperar que los políticos actúen distinto.

Sin embargo, si bien el planteo es, a mi juicio, bastante acertado, la solución que la gran mayoría le vio a este problema es, al menos, cuestionable.

Necesitábamos más educación. Necesitábamos aprender “valores” en el colegio.

Ahora bien ¿cuál es la posibilidad de que si a mí me dicen que tengo que respetar a los otros en el colegio, el día de mañana, cuando mi falta de respeto no represente ningún costo, vaya a procurar ser respetuoso? ¿Por qué voy a “valorar” algo como importante si, de no hacerlo, no pierdo nada?

¿Por qué los que manejaban los bancos, en lugar de resolver la situación de sus clientes –o por lo menos intentarlo- aceptaron silenciosamente el corralito? ¿No les dijeron en el colegio que lo tuyo es tuyo y lo mío es mío? Y si hubieran cursado la materia “No le robes a los clientes” ¿habrían actuado distinto?

Mi presunción es que no.

¿Educación o sistema?

En uno de sus argumentos a favor de la inmigración, Juan Bautista Alberdi sugiere:

No pretendo que la moral deba ser olvidada. Sé que sin ella la industria es imposible; pero los hechos prueban que se llega a la moral más rápido por el camino de los hábitos laboriosos y productivos de esas naciones honestas que no por la instrucción abstracta

Volviendo al Oso Garassino y las "minicuotas", en un contrato de mutuo, el prestador debe dar confianza y respaldo al que pide el crédito si quiere que éste lo recomiende con sus amigos. Por otro lado, el prestatario se obliga a devolver el préstamo en la cuantía y los plazos pactados. De no hacerlo, se arriesga a que el prestamista haga correr la voz y se pierda el crédito para siempre.

De aquí que sea importante conservar el valor de la palabra.

Es decir, la “industria”, como Alberdi llama a la actividad comercial, y los "hábitos laboriosos y productivos" de ésta pueden ser mucho más poderosos que cualquier intento escolar y abstracto de “evangelizar” y moralizar a los individuos.

Por más que a alguno le resulte difícil de creer, el interés individual –considerado egoísta y aprovechador- puede terminar siendo una fuente creadora de valores morales tales como el respeto, el pago a tiempo, la producción de calidad, el buen trato, la amabilidad y -como se le exige a Garassino- el valor de la palabra empleada.

Entonces, si aceptamos que la crisis es verdaderamente filosófica y moral, tenemos que poner seriamente en duda si la resolución pasa por crear más escuelas, o por facilitar la creación de empresas y promover un sistema de libre competencia donde faltar a la palabra represente un perjuicio económico y confiscar los depósitos represente la desaparición absoluta y perpetua de la empresa en el mercado.

Finalmente, es importante destacar que tal sistema no existe hoy en día, por lo que no deberíamos sorprendernos si llegáramos a vivir situaciones similares en el futuro.


jueves, 11 de noviembre de 2010

Lecciones de Ratatouille II

Lección de Ratatouille #2: Si la función del líder es proveer el “bienestar general”, entonces algunos se deberán sacrificar en favor de otros sin contraprestación. Si así no lo hicieren, entonces serán tratados de traidores, antipatrias, elitistas u oligarcas.

Para que nadie se enferme, Remy tenía que cumplir su función de controlador de veneno. Sin embargo, como su pasión era ser Chef, su padre lo trata de “humano” y de snob.

Para que todos coman carne, los productores deben abastecernos a precios “populares”. De lo contrario, son tratados de oligarcas, desestabilizadores y se les prohíbe ejercer el comercio o se intenta retenerles un porcentaje confiscatorio de sus ganancias.

Lección de Ratatouille #3: Si la función del líder es “protegernos”, por más que allá afuera no haya peligro alguno, éste se empeñará en buscarlo, encontrarlo y repetirlo hasta el cansancio hasta que nos demos cuenta que estamos bajo amenaza permanente.

Que los humanos odiamos a las ratas es real, pero también es cierto que Remy encontró al único humano que estaba dispuesto a llevarse bien con una rata.

Que el comercio internacional puede fundir a algún productor argentino también es real, pero también es cierto que si miramos atentamente todo el tablero, el beneficio es mayor que el costo porque implicó que la gente eligió en libertad por el producto “mejor”[i].



[i] Aquí “mejor” refleja un concepto relativo. Relativo a un momento dado, un lugar dado, y unas preferencias específicas para ese tipo de producto. Es un concepto que, aplicado a cualquier bien, cambia constantemente. Ésa es la esencia del mercado.