viernes, 25 de mayo de 2012

202 Años

25 de Mayo. Un día importante para la Argentina pero un día aun más importante para La Crisis es Filosófica. Cumplimos dos años y el país no ha mejorado mucho. De hecho, la situación está bastante peor, siendo el último escándalo que un organismo fiscal se tome atribuciones policiales y prohíba de facto la compra-venta de moneda extranjera utilizando como pretexto un argumento que ignora el principio esencial de presunción de la inocencia (ya que al manifestar tu voluntad de comprar dólares el acusado tiene que probar que no es un delincuente).

En otro orden de cosas, la Corte Suprema da su visto bueno a una ley inconstitucional y los jueces y el congreso no cesan en su afán por garantizar la impunidad de los funcionarios corruptos que tenemos.

He aquí el maravilloso logro del “modelo”: dividir a la sociedad en dos clases bien diferenciadas. La de los gobernantes que gozan de toda la impunidad posible y la de los gobernados, cada vez más preocupados por la inflación, la seguridad y el avance sobre sus libertades.

Es que el “modelo” se asienta en la premisa de que el Estado expresa “la voluntad popular” por excelencia. Y si eso es cierto ¿Para qué investigar a los gobernantes cuando todo lo que hacen, lo hacen para bien del pueblo?

Si el estado, entonces, es la personificación del bien común ¿Qué sentido tiene pasar largas horas debatiendo en el congreso sobre la libertad de comercio dentro del país si podemos mandar a los perros de la AFIP a hacer lo que se nos antoje para concretar el plan económico que el bien común exige?

A la década del noventa se la critica (erróneamente) por haber “replegado” al Estado y haberlo “subordinado” a la voluntad del mercado[1]. A cambio, los Kirchner reflotaron la vetusta idea de la economía planificada y ahora los iluminados planificadores, expertos de la talla de Guillermo Moreno, Julio de Vido, Amado Boudou y Ricardo Etchegaray, son los que arrean al pobre rebaño que hoy protesta por lo que hasta hace poco aplaudía.

Hace más de 50 años, F. A. Hayek se refería a este problema y advertía sobre los riesgos de la economía planificada en su obra Camino de Servidumbre:
La cuestión que plantea la planificación económica no consiste, pues, solamente en si podremos satisfacer en la forma preferida por nosotros lo que consideramos nuestras más o menos importantes necesidades. Está en si seremos nosotros quienes decidamos acerca de lo que es más y lo que es menos importante para nosotros mismos o si ello será decidido por el planificador. La planificación económica no afectaría solo a aquellas de nuestras necesidades marginales que tenemos en la mente cuando hablamos con desprecio de lo simplemente económico. Significaría de hecho que, como individuos, no nos estaría ya permitido decidir qué es lo que consideramos como marginal
En resumidas cuentas, por mucho que queramos repudiar el caos del mercado y sus supuestas falencias, es imperioso también que tengamos en cuenta que la alternativa siempre ha sido la misma: ineficiencia, corrupción, prepotencia y servidumbre.


viernes, 4 de mayo de 2012

Ser Celíaco…

… no está bueno. Como describe Silvina Schuchner en su último artículo sobre el tema, ser celíaco o padecer este tipo de cuestiones relacionadas con el intestino y el sistema digestivo es realmente un problema. Una vida “normal” parece difícil de ser llevada adelante y no se pueden hacer las cosas que los “normales” hacen como ir a McDonald’s, comer tu torta de cumpleaños o comer las pastas del domingo como hacían los Benvenutto. Y no porque te quieras ver bien sino porque, si caés en la tentación, tu estómago te lo va a recordar con muy poca amabilidad.

Ahora bien, de su artículo y – sobre todo – de los comentarios que la nota tiene al pie podemos extraer algunas interesantes ideas. La primera es que los alimentos para celíacos cuestan más: “los productos cuestan entre tres y cinco veces más que los comunes”. Por otro lado, que ese precio es “abusivo” y que, o se baja, o alguien debe pagar la diferencia. Por ejemplo, una lectora comenta que “Sé que pronto vamos a lograr que legislativamente nuestra enfermedad se cubra en un 100% y que se acabe con el exceso abusivo de precios en los productos sin TACC”. La autora, por su parte, comenta: “Hace dos semanas, el Ministerio de Salud estableció que las obras sociales y prepagas deben pagar $215 de cobertura para comprar harinas y premezclas”.
Evidentemente es más caro comprar alimentos libres de gluten que alimentos “comunes”. Pero pensemos lo siguiente: como empresario uno puede dedicarse a producir algo que se espera que todo el mundo consuma (por ejemplo, hamburguesas de Mc Donalds’) y que al fabricar en cantidades industriales se pueda reducir su costo unitario o uno puede ponerse a producir algo que vaya dirigido a un público mucho menor. Muchísimo menor. Entonces, ¿cómo puede compensar el empresario ese riesgo que está asumiendo al enfocarse en un nicho en lugar de enfocarse en el consumo masivo?
Además, debe decirse también que sin este “precio extra” no existirían dichos productos especiales porque no habría incentivos para producirlos y, en consecuencia, los celíacos tendrían que seguir sufriendo. En pocas palabras, entiendo que los precios sean elevados, pero agradecidos deberíamos estar de que, por lo menos, y gracias a esos precios elevados, esos productos siquiera existan. Por último, esos precios son señales. Señales que indican que allí hay “escasez”, con lo que será cuestión de tiempo para que otros emprendedores ávidos de nuevas oportunidades de ganancia comiencen a intentar satisfacer esas demandas. Así pasó con cosas tan básicas para la vida como el abrigo a lo largo de los siglos, así sucederá con otras necesidades humanas como los alimentos sin TACC.
Sin embargo, la primera reacción siempre parece ser mirar para arriba. Se aspira que el gobierno “haga algo” y ayude de alguna manera al grupo afectado, como si el gobierno fuera un ente externo que pudiera simplemente crear el bienestar. Dado que esto es imposible, lo único que sí puede hacer un gobierno es obligar. Puede obligar a alguien a bajar su precio (Moreno), puede obligar a alguien mediante impuestos a subsidiar a otros (Fútbol para Todos), o bien puede obligar a las obras sociales a cubrir costos no estipulados en ningún contrato preexistente.
Entonces la pregunta es ¿cuán justo es este sistema? Claro que el fin de mejorar las condiciones de los beneficiarios parecería alcanzarse, pero ¿estamos ante los medios adecuados? ¿Podemos justificar la obligación de unos de proveer a otros sin contraprestación? ¿Quién ha dicho que esto es “lo moralmente correcto”?
Podemos enojarnos y frustrarnos por tener que vivir con una enfermedad misteriosa que cuesta diagnosticar y que implica realizar una dieta de por vida. Es absolutamente comprensible que uno desee respuestas YA, pero por urgente que sea una necesidad y un objetivo, no debemos dejar nunca de lado la justicia en los medios para alcanzarlos.