Fue así que emprendieron el viaje a General Montoya. Preguntaron un poco y se dirigieron directamente al bar de más renombre del lugar: “WHY”.
El hecho que despertaran al otro día y tuvieran que reconstruir la noche dio la pauta de que ésta había sido un éxito rotundo. Juan miró su agenda y no conocía la mitad de los nombres que en ella había –claro, todos de mujer y con un 0248 adelante-. Lo mismo para Christian (más tecnológico) que ahora tenía 7 nuevos contactos de BlackBerry Messenger y Juan que anotó 3 nombres para buscar en Facebook.
Como podrán intuir, el cuento no tardó mucho en difundirse por todo Avellaneda. Hacer los 60 Kilómetros hasta Gral. Montoya era diversión garantizada. Y así fue, fin de semana tras fin de semana, nuevos grupos de chicos se dirigían a “WHY”.
Pero claro, no todo era color de rosa. Al tiempo que los de zona sur estaban exultantes y las chicas de Montoya disfrutaban de su multiplicidad de “opciones”; los montoyanos se llevaban la peor parte.
Salvo los que estaban de novios, el resto estaba desolado. Encarar en “WHY” era lo mismo que jugar al tenis contra el frontón. Puros rebotes, las chicas a veces ni se daban vuelta para mirarlos. "¿Para qué? Más de lo mismo" decían.
Finalmente las quejas comenzaron a hacerse oír: “¡No podemos seguir así, es injusto que los extranjeros se queden con la belleza de este pueblo!”, “No podemos pasarla bien, se quedan con todo y no podemos hacerles frente porque vienen con esos peinados raros” y la más escuchada “¡Cómo pretenden que compitamos contra los oriundos de la ciudad de Pablo Echarri, son naturalmente mejores!”
Y así fue como el Concejo Deliberante decidió promulgar la reglamentación número 48 que rezaba: “… se prohibirá el ingreso al establecimiento bailable ‘Why’ de todo adulto entre 18 y 35 años que sea nacido en la Ciudad de Avellaneda, sea hijo de alguien nacido allí, hermano, padre o pariente lejano… en representación del pueblo de General Montoya y para su protección y su bienestar, cúmplase y hágase cumplir”.
Las protestas no tardaron en llegar. El primer viernes una multitud se reunió en la puerta de la disco con acusaciones de discriminación y carteles que acusaban al boliche y al municipio de xenofobia y hasta de racismo. Lo curioso fue ver entre la multitud a algunas mujeres del mismo pueblo “protegido”.
Y así fue que por tres fines de semana consecutivos, los avellanedos se acercaron a la puerta del local para exigir justicia y pedir que se terminara la discriminación. Las discusiones y peleas terminaron desembocando en una fuerte reprimenda por parte de la policía municipal.
Luego de varias, la represión terminó las protestas. Ya no había nada por hacer.
A los meses la situación era calma. Sin embargo, no por ello era feliz. Atrás habían quedado las noches memorables de “WHY”. Algunas chicas volvieron a mirar a los “locales”, sin embargo, la mayoría prefirió dejar de ir. Preferían ir al cine, mirar una película o migrar por las noches a otros pueblos. Muchas, de hecho, preferían viajar a Avellaneda o hacer alguna reunión en su casa e invitar a los que habían conocido allí.
Y por supuesto, no faltó la que entablara una relación muy cercana con alguno de los señores de la entrada para que -a cambio de algún favorcito- hiciera la vista gorda y dejara pasar a sus viejos amigos de Avellaneda.
A fin de cuentas, fueron éstos los que más se beneficiaron. Luego de un año, en Montoya todos querían ser patovicas.