sábado, 10 de noviembre de 2012

No es "cepo" es un asalto

Imaginemos un negocio de venta a la calle. Si un día aparece un delincuente armado y se lleva el dinero recaudado del día, “los números” del comerciante mostrarán una pérdida total, como si nadie hubiera pagado por que compró en el día. Gracias al robo, el comerciante entregó bienes sin recibir nada a cambio. Otro fue beneficiario del fruto de su esfuerzo.
Ahora supongamos que aparece una persona que hace una compra por un valor de 10 pesos pero decide unilateralmente pagar 5, cosa que consigue amenazando al comerciante con un arma. ¿Estamos frente a un delincuente igual al del primer caso? En gran parte sí. La única diferencia con el primer ladrón es que el segundo es un ladrón al que le damos lástima y, aunque nos roba, también nos deja “unos mangos para el bondi”.
Esta última situación representa la cara más dramática del célebre “cepo” al dólar impuesto por el gobierno de Fernández de Kirchner. Si bien también es condenable que no dejen a la gente decidir qué hacer con el dinero que gana honestamente, lo más lamentable es lo que se hace con cualquier ciudadano argentino que se dedique a la producción de bienes o servicios exportables.
Si uno está “en blanco”, la manera de cobrar luego de una venta al exterior es mediante el Banco Central. Es decir, si vendemos un producto al exterior por 10 dólares, el comprador extranjero está obligado a entregar los dólares al Banco Central y este luego – por fuerza de ley – entrega pesos al vendedor al tipo de cambio oficial. Ahora bien, con el tipo de cambio oficial a 4 setentaypico, los exportadores están recibiendo 5, cuando deberían recibir 10.
Su producto en el mercado vale 10 dólares y todos en el país están dispuestos a pagar más de 4,75 pesos por cada dólar. De hecho, muchos están dispuestos a pagar más de 6 pesos por cada dólar y nadie que no sea los específicamente autorizados por el gobierno puede comprar dólares al precio oficial (al que el gobierno sí compra). Ergo, cuando a un exportador le pagan arbitrariamente 4,75 pesos por cada dólar que recibe, le están confiscando 33% de lo que produce. El Estado se comporta como el más común de los ladrones, solo que a la víctima le deja unos mangos para el bondi.
Algunos acólitos oficialistas dicen que el gobierno tiene derecho a manejar su “política cambiaria”, pero si política cambiaria significa robo (y lástima), no se entiende que exista alguien que persista en la defensa de esta política.
El robo está mal, acá y en la China. Pero hacerlo con el aval de la ley, desde el estado, y bajo el paraguas de la “política económica” es muchísimo más grave.

lunes, 22 de octubre de 2012

La fundación bicicletera Banco Ciudad

El gobernador más bueno de todos lanzó hace poco un plan para financiar la compra de bicicletas de manera de incentivar todo lo bueno del hombre, su salud, la ecología y la vida sana.

¿De qué se trata? Vas a una bicicletería, elegís la que te gusta y pedís un presupuesto. Con eso vas al Banco Ciudad y estos te dan un crédito a pagar en 50 cuotas en pesos sin interés. Es decir que si te querés comprar una bicicleta de 1000 pesos, te dan el dinero y podés devolver $20 pesos por mes, por 50 meses.


No cabe ninguna duda que, en un contexto inflacionario (incluso en un contexto con mucha menor inflación que la que le debemos a CFK y Marcó del Pont), esto NO es negocio para el banco - más allá de que SÍ lo sea para los bicicleteros "adheridos"-.

En este sentido, el Banco Ciudad se está comportando como lo haría una fundación privada que busque fomentar el uso de la bicicleta por los motivos que crea convenientes.

Sin embargo, existe una enorme diferencia. Los fondos que tendrán que cubrir el quebranto no son del Banco. 

En primer lugar, porque el banco le debe dinero a todos sus depositantes y prestarle a los biciusuarios no es una buena manera de cuidarlo.

En segundo lugar, porque este banco en particular, un banco público como el Ciudad, puede incurrir en quebrantos sin afectar a sus depositantes ya que el dinero lo consigue gracias al presupuesto público porteño.

En pocas palabras, este alevosamente pésimo negocio será bancado por todos los porteños que pagan impuestos y que poco interés tienen en financiar ciclistas. Es claro que en nombre de la salud y la ecología todo atropello a la voluntad individual es posible.

Ahora bien ¿cuál es el verdadero fin de este programa escondido detrás de la promoción de la vida sana? El gobernante snob que tiene la ciudad quiere que Buenos Aires sea Amsterdam y mandó construir kilómetros de Bicisendas que nadie usa salvo durante los fines de semana (lo que no extraña, ya que los gobiernos son totalmente ineficientes para producir lo que el publico verdaderamente demanda). Al ver los patéticos resultados, puso en marcha, en primer lugar, un sistema de alquileres gratuitos y ahora este subsidio fenomenal a la compra de bicicletas a ver si al menos alguno ve lo realmente fantástico de su proyecto.

En conclusión, más de lo mismo, los recursos "de todos" terminan siendo de los que gobiernan y solo sirven para sus propios intereses políticos. Lo mejor que podemos esperar, entonces, es que esos fondos sean lo menos cuantiosos posibles, de manera que los gobernantes se enfoquen en las pocas tareas públicas que verdaderamente interesan a la sociedad.

viernes, 31 de agosto de 2012

"Preferimos que veraneen en el país"

Ricardo Echegaray, el titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos que le ganó a la inflación porque hizo crecer su patrimonio un 40% y, además, es propietario entre otras cosas de un departamento en Punta del Este, se despachó con una de esas frases candidatas a quedar en la historia.

Pero vamos por partes.

Dado que la “flotación sucia” se le hizo imposible de manejar al Banco Central, ahora es la AFIP la encargada de mantener el dólar en esa “banda” deseada por el gobierno y los “expertos” de la política monetaria.

¿Cómo lo hace? Prohibiendo de facto la compra de dólares.

Sin embargo, en un mundo con cada vez más variantes para el consumo y la compra de bienes, siempre quedan “ventanas abiertas” que se intentan cerrar con nuevas trabas impuestas por la AFIP. (De preguntarse por qué la gente compra dólares mejor ni hablar, es más fácil quedarse con la idea de que todos son unos chicos malos a los que hay que enderezar. A fin de cuentas, para eso sirve el Estado, ¿o no?)

Ahora bien, en su argumentación de la última medida para frenar la salida de dólares del BCRA, el millonario Echegaray explicó que el nuevo impuesto se impone porque él prefiere que los argentinos se queden a veranear en el país.

La frase no extraña ya que esta es la idea detrás de todo tipo de medidas proteccionistas o de “fomento a la industria nacional”. En el fondo, el mensaje siempre es “preferimos que los argentinos compren en el país”.

Ahora la gran pregunta es ¿por qué debería importarnos a los argentinos lo que Echegaray prefiera que hagamos? ¿Si yo prefiriera que él fuera bailarina de Tinelli en lugar de titular de la AFIP, accedería Ricardo a hacerlo? ¿Tiene la población las herramientas para forzarlo a él a hacer lo que a ella le plazca?

Nosotros no pero el gobierno sí y lo que la crudeza de la frase de Echegaray ha puesto de manifiesto es que detrás de las miles de explicaciones técnicas y discursos de maestra ciruela, lo único que se esconde es que los gobernantes a menudo intentan hacer con nosotros lo que ellos “prefieren”

Y la pregunta frente a esto es ¿cuál es el límite? No lo podemos saber pero arriesgarse a conocerlo parece, como mínimo, demasiado peligroso.

viernes, 20 de julio de 2012

El más bueno de todos

En la carrera para ver quién es el político más bueno, simpático y amable, el último paso lo ha dado el vecino porteño Mauricio Macri.

El último proyecto buenista del PRO es la inauguración del “Paseo de la Historieta”, una “iniciativa que forma parte de Construcción Ciudadana y Cambio Cultural, una unidad de proyectos especiales que depende de Jefatura de Gabinete de Ministros” que consiste en la realización de un recorrido de esculturas que representan a clásicos de la historieta nacional, como Isidoro Cañones (que para los chicos de hoy representa tan poco como He-Man) o Mafalda. Todos buenos y simpáticos.

Además de las esculturas, como todo se hace en nombre de las propiedades curativas del arte[1], el camino estará decorado con murales pintados por “reconocidos artistas” y “señaléticas en luminarias que guiarán el camino”.

Hasta aquí todo maravilloso. Los niños no entenderán nada, pero seguro que los padres de alguna generación podrán encontrarle algún disfrute al paseíto, sobre todo dado que la “entrada” es gratuita.

Ahora bien, ¿no se detuvo Mauricio a pensar todas las cosas que podrían hacerse con el dinero que va a destinar al Paseo de la Historieta? Alguno pensará que es mejor invertir en hospitales que en decorar de una manera más alegre –y cultural, por supuesto – los espacios públicos de la Ciudad. Pero pensemos en otra cosa: ¿qué tal si ese dinero nunca hubiera sido manejado por el ministerio?

Es decir, si al municipio le sobran unos billetes y por tanto decide gastarlo en un divertido y amigable paseo de la historieta, ¿por qué no mejor devolverlo al lugar de donde lo tomó en primer lugar, el bolsillo de los ciudadanos? 

¿Pensará Macri que de no existir su “intermediación”, el buenazo museo no existiría? Y si este fuera el caso, ¿quiénes son él y sus ministros para juzgar mejor que nosotros qué hacer con el dinero que ganamos?

¿O es acaso que si él devolviera el dinero a la gente y se privara de realizar sus simpáticos proyectos no podría ampliar su aparato y clientela política con lo que tendría que empezar a pagar de su bolsillo la imagen de canchero-pro-cultura-popular que quiere difundir?

Alguna vez lo comentamos, la lógica macrista no es distinta a la lógica de los Kirchner en estos temas. 

Por un lado, creen que ellos (personas de carne y hueso igual que nosotros) son los más aptos para decidir cómo gastar o invertir aquello que ganamos con nuestro trabajo.

Por el otro, ambos aprovechan que la mayoría de los ciudadanos paga impuestos para financiar todo tipo de campañas que son puramente políticas, de corto plazo y que no sirven para nada (en serio, ¡para nada!) más que para aumentar su propia imagen en las encuestas.

Por suerte, a menudo, ni siquiera eso consiguen.


[1] Construcción Ciudadana y Cambio Cultural, una unidad de proyectos especiales que depende de Jefatura de Gabinete de Ministros, y que fue creada con el objetivo de generar políticas públicas que fortalezcan la identidad y el sentido de pertenencia, promuevan la participación ciudadana y el ejercicio de valores comunes, y fomenten el respeto por las normas de convivencia, con el fin de lograr cambios culturales para una mejor calidad de vida de todos los que viven y transitan la Ciudad.http://www.buenosaires.gov.ar/noticias/paseo-de-la-historieta

lunes, 4 de junio de 2012

¿Es la corrupción inherente al modelo?


Luego de nueve años ininterrumpidos de kirchnerismo es lícito extraer algunas conclusiones acerca de en qué consiste el modelo. Desde un punto de vista estrictamente económico, por ejemplo, puede decirse que se trata de un gobierno de corte neokeynesiano que cree firmemente (tal vez más que el propio Keynes) en la intervención del estado en la economía.

En otro orden de cosas, una de las cuestiones destacadas y que sensibilizan tanto a seguidores como a detractores, son los repetidos escándalos de corrupción (como Skanka, Antonini Wilson, la bolsa en el despacho de Felisa Miceli, los taxis aéreos de Jaime y la ex imprenta Ciccone) que, en su mayoría, suelen quedar en la nada.

Ahora, si bien estas parecen ser dos características centrales del modelo, no existen muchas voces que estén pensando en relacionarlas. ¿Hay alguna relación entre el intervencionismo económico que el kirchnerismo practica y los episodios de corrupción que lo salpican? ¿Podemos hablar de un modelo inherentemente corrupto o el intervencionismo y los comportamientos ilícitos de los funcionarios transitan caminos paralelos?

Desde hace más de 10 años, la Heritage Foundation y el diario Wall Street Journal de los Estados Unidos elaboran un índice de libertad económica que, en función de diversas variables como la presión fiscal, el gasto público, la facilidad para crear negocios, la flexibilidad laboral o la libertad del comercio exterior, clasifica a los países desde el “más libre” hasta el “menos libre” o, lo que es lo mismo, desde el menos intervenido hasta el más intervenido.

Por su parte, la asociación civil internacional líder en la lucha contra la corrupción, Transparency International, también elabora un ranking de países pero de acuerdo a la percepción de corrupción de su sector público. En este índice de percepción de corrupción (CPI, por sus siglas en inglés) los países que obtienen mejor “nota” (en una escala de 1 a 10) son aquellos con menor corrupción mientras que los que reciben notas bajas  son aquellos cuyo sector público es sospechado de ser muy corrupto.

Lo curioso del asunto y lo que venimos a poner de manifiesto en esta oportunidad es que si unimos las conclusiones de estos dos estudios, pueden observarse asombrosas coincidencias en ambos índices: Singapur, el segundo país más libre del mundo económicamente hablando, por ejemplo, ostenta la quinta posición en el índice CPI. El caso de Nueva Zelanda también es interesante, ocupando el primer puesto en cuanto a transparencia y el cuarto en lo que a libertad económica respecta.

De manera análoga, si miramos los rankings desde abajo encontraremos que países como Venezuela o Guinea Ecuatorial se encuentran entre los diez últimos puestos tanto en el índice de la Heritage Foundation como en el de Transparency International.
Lo relevante, sin embargo, es que estas no son meras coincidencias sino que la tendencia se repite a lo largo de ambos estudios y si graficamos los resultados, lo que obtenemos también es contundente:
Si bien los datos “desnudos” por sí solos no permiten establecer causalidad es, por lo menos, significativo que todos los países que tienen altos grados de libertad económica gocen a la vez de bajos índices de corrupción percibida – o sea, altos índices de transparencia – y que aquellos cuyos gobiernos sean muy corruptos sean países con poca libertad económica.

Dicho sea de paso, tanto Argentina como Angola  se encuentran entre los 20 países más intervenidos del mundo[1]. Además, Angola también está entre los 20 países más corruptos mientras que la Argentina está un poco mejor, ocupando el puesto 83 en un total de 182[2]. Acaso sea esta la estrecha relación que últimamente parece unir a sus gobiernos.

Volviendo al inicio, para responder la pregunta de si el modelo argentino es inherentemente corrupto, primero  tendríamos que poder responder si los países menos intervenidos son inherentemente transparentes. Una teoría podría señalar que debido a que los países donde el sector público es menor, existen menos posibilidades de incurrir en actos corruptos. Es decir, como hay menos regulaciones, la posibilidad para “cobrar peajes” es menor.

Si esto fuera cierto no debería extrañarnos que un país como Venezuela, que hace años viene profundizando su camino hacia el “socialismo del siglo XXI” sea uno de los países más corruptos del mundo.

Por último, si dicha teoría fuera cierta, parecería razonable que en el país cuyo modelo de intervención es el predilecto del economista Paul Krugman, los episodios de corrupción estén a la orden del día y sean cada vez escandalosos.


[1] Para ver el índice completo hacer click aquí o ir a: http://www.heritage.org/index/ranking
[2] Para ver el índice completo hacer click aquí o ir a: http://cpi.transparency.org/cpi2011/results/#CountryResults
*Fuente del gráfico: Fuente: Economic Freedom Index (2012) y Corruption Perceptions Index (2011)

viernes, 25 de mayo de 2012

202 Años

25 de Mayo. Un día importante para la Argentina pero un día aun más importante para La Crisis es Filosófica. Cumplimos dos años y el país no ha mejorado mucho. De hecho, la situación está bastante peor, siendo el último escándalo que un organismo fiscal se tome atribuciones policiales y prohíba de facto la compra-venta de moneda extranjera utilizando como pretexto un argumento que ignora el principio esencial de presunción de la inocencia (ya que al manifestar tu voluntad de comprar dólares el acusado tiene que probar que no es un delincuente).

En otro orden de cosas, la Corte Suprema da su visto bueno a una ley inconstitucional y los jueces y el congreso no cesan en su afán por garantizar la impunidad de los funcionarios corruptos que tenemos.

He aquí el maravilloso logro del “modelo”: dividir a la sociedad en dos clases bien diferenciadas. La de los gobernantes que gozan de toda la impunidad posible y la de los gobernados, cada vez más preocupados por la inflación, la seguridad y el avance sobre sus libertades.

Es que el “modelo” se asienta en la premisa de que el Estado expresa “la voluntad popular” por excelencia. Y si eso es cierto ¿Para qué investigar a los gobernantes cuando todo lo que hacen, lo hacen para bien del pueblo?

Si el estado, entonces, es la personificación del bien común ¿Qué sentido tiene pasar largas horas debatiendo en el congreso sobre la libertad de comercio dentro del país si podemos mandar a los perros de la AFIP a hacer lo que se nos antoje para concretar el plan económico que el bien común exige?

A la década del noventa se la critica (erróneamente) por haber “replegado” al Estado y haberlo “subordinado” a la voluntad del mercado[1]. A cambio, los Kirchner reflotaron la vetusta idea de la economía planificada y ahora los iluminados planificadores, expertos de la talla de Guillermo Moreno, Julio de Vido, Amado Boudou y Ricardo Etchegaray, son los que arrean al pobre rebaño que hoy protesta por lo que hasta hace poco aplaudía.

Hace más de 50 años, F. A. Hayek se refería a este problema y advertía sobre los riesgos de la economía planificada en su obra Camino de Servidumbre:
La cuestión que plantea la planificación económica no consiste, pues, solamente en si podremos satisfacer en la forma preferida por nosotros lo que consideramos nuestras más o menos importantes necesidades. Está en si seremos nosotros quienes decidamos acerca de lo que es más y lo que es menos importante para nosotros mismos o si ello será decidido por el planificador. La planificación económica no afectaría solo a aquellas de nuestras necesidades marginales que tenemos en la mente cuando hablamos con desprecio de lo simplemente económico. Significaría de hecho que, como individuos, no nos estaría ya permitido decidir qué es lo que consideramos como marginal
En resumidas cuentas, por mucho que queramos repudiar el caos del mercado y sus supuestas falencias, es imperioso también que tengamos en cuenta que la alternativa siempre ha sido la misma: ineficiencia, corrupción, prepotencia y servidumbre.


viernes, 4 de mayo de 2012

Ser Celíaco…

… no está bueno. Como describe Silvina Schuchner en su último artículo sobre el tema, ser celíaco o padecer este tipo de cuestiones relacionadas con el intestino y el sistema digestivo es realmente un problema. Una vida “normal” parece difícil de ser llevada adelante y no se pueden hacer las cosas que los “normales” hacen como ir a McDonald’s, comer tu torta de cumpleaños o comer las pastas del domingo como hacían los Benvenutto. Y no porque te quieras ver bien sino porque, si caés en la tentación, tu estómago te lo va a recordar con muy poca amabilidad.

Ahora bien, de su artículo y – sobre todo – de los comentarios que la nota tiene al pie podemos extraer algunas interesantes ideas. La primera es que los alimentos para celíacos cuestan más: “los productos cuestan entre tres y cinco veces más que los comunes”. Por otro lado, que ese precio es “abusivo” y que, o se baja, o alguien debe pagar la diferencia. Por ejemplo, una lectora comenta que “Sé que pronto vamos a lograr que legislativamente nuestra enfermedad se cubra en un 100% y que se acabe con el exceso abusivo de precios en los productos sin TACC”. La autora, por su parte, comenta: “Hace dos semanas, el Ministerio de Salud estableció que las obras sociales y prepagas deben pagar $215 de cobertura para comprar harinas y premezclas”.
Evidentemente es más caro comprar alimentos libres de gluten que alimentos “comunes”. Pero pensemos lo siguiente: como empresario uno puede dedicarse a producir algo que se espera que todo el mundo consuma (por ejemplo, hamburguesas de Mc Donalds’) y que al fabricar en cantidades industriales se pueda reducir su costo unitario o uno puede ponerse a producir algo que vaya dirigido a un público mucho menor. Muchísimo menor. Entonces, ¿cómo puede compensar el empresario ese riesgo que está asumiendo al enfocarse en un nicho en lugar de enfocarse en el consumo masivo?
Además, debe decirse también que sin este “precio extra” no existirían dichos productos especiales porque no habría incentivos para producirlos y, en consecuencia, los celíacos tendrían que seguir sufriendo. En pocas palabras, entiendo que los precios sean elevados, pero agradecidos deberíamos estar de que, por lo menos, y gracias a esos precios elevados, esos productos siquiera existan. Por último, esos precios son señales. Señales que indican que allí hay “escasez”, con lo que será cuestión de tiempo para que otros emprendedores ávidos de nuevas oportunidades de ganancia comiencen a intentar satisfacer esas demandas. Así pasó con cosas tan básicas para la vida como el abrigo a lo largo de los siglos, así sucederá con otras necesidades humanas como los alimentos sin TACC.
Sin embargo, la primera reacción siempre parece ser mirar para arriba. Se aspira que el gobierno “haga algo” y ayude de alguna manera al grupo afectado, como si el gobierno fuera un ente externo que pudiera simplemente crear el bienestar. Dado que esto es imposible, lo único que sí puede hacer un gobierno es obligar. Puede obligar a alguien a bajar su precio (Moreno), puede obligar a alguien mediante impuestos a subsidiar a otros (Fútbol para Todos), o bien puede obligar a las obras sociales a cubrir costos no estipulados en ningún contrato preexistente.
Entonces la pregunta es ¿cuán justo es este sistema? Claro que el fin de mejorar las condiciones de los beneficiarios parecería alcanzarse, pero ¿estamos ante los medios adecuados? ¿Podemos justificar la obligación de unos de proveer a otros sin contraprestación? ¿Quién ha dicho que esto es “lo moralmente correcto”?
Podemos enojarnos y frustrarnos por tener que vivir con una enfermedad misteriosa que cuesta diagnosticar y que implica realizar una dieta de por vida. Es absolutamente comprensible que uno desee respuestas YA, pero por urgente que sea una necesidad y un objetivo, no debemos dejar nunca de lado la justicia en los medios para alcanzarlos.

viernes, 27 de abril de 2012

Confundir países con personas


A menudo el periodismo acude a ciertos “atajos” para de comunicar las noticias más eficientemente. De esta forma, por ejemplo, en lugar de decir que el gobierno alemán ha exigido al gobierno cubano que libere presos políticos se escribirá algo como “Berlín Insta a La Habana a liberar a todos los presos políticos…” Análogamente, muchos medios que se hicieron eco de la expropiación de YPF titularon cosas como “Argentina expropia YPF” y luego “Bruselas promete una respuesta eficaz contra Argentina”.

Cuando uno lee estos titulares entiende perfectamente que el medio está utilizando metáforas para simplificar y que Bruselas solo se refiere a la ciudad belga donde delibera el parlamento de la Unión Europea. De la misma forma, cualquiera comprende que Argentina no tiene manos ni pies y que no puede expropiar nada que su gobierno, formado por seres de carne y hueso, no expropie.

Ahora bien, estas metáforas y simplificaciones que todos fácilmente pueden comprender luego de leer la primera línea del artículo en cuestión, no parecen tan sencillas para los líderes europeos. De hecho, con seriedad y firmeza diversos dirigentes españoles y europeos han anunciado medidas contra "la Argentina".

No llegando a entender que la expropiación es un acto de los expropiadores, el gobierno español (al aprobar un proyecto proteccionista que estaba durmiendo en alguna cámara parlamentaria) ha decidido reducir la compra de biodiesel a los productores nacionales. Por su parte, el parlamento europeo con sede en Bruselas, está analizando la suspensión de ciertas ventajas importadoras de las que gozaban algunos productos de fabricación argentina como el aceite de soja o las mandarinas.

Ahora bien, si pensamos el conflicto como algo entre España y Argentina, o entre Europa y Argentina como si estas fueran entidades homogéneas estamos perdiendo completamente el foco de la cuestión.

En primer lugar: ¿cree el gobierno español que todos los argentinos estamos a favor de expropiar YPF? ¿Se olvida la tecnocracia europea que más del 40% de la población no apoya la medida? ¿Y qué si los productores de biodiesel formaran parte de ese 40%? ¿Qué culpa tienen ellos? Y lo mismo puede decirse de los españoles ¿qué culpa tienen los españoles que disfrutaban de la calidad y el precio de las mandarinas argentinas de que Cristina Fernández necesite recuperar su caudal político y acuda a la demagogia y al nacionalismo?

Y por último ¿Por qué cree cree el gobierno español que se ha actuado contra "España"? ¿Acaso cree que los 50 millones de ciudadanos piensan igual sobre el tema?

¿Por qué planteamos esto como una cuestión entre España y Argentina si en ambos países existen voces a favor y en contra mientras que a muchos –españoles y argentinos– el tema no les interesa en lo más mínimo?

En segundo lugar, este tipo de medidas solo perjudican a la gente común. El proteccionismo hará que el biodiesel resulte más caro a las empresas españolas y que el consumidor de mandarinas español deba conformarse con otra calidad, otro precio o, directamente, otra fruta.

Y todos estos perjuicios, que poco parecen importarles a los líderes europeos, ¿con qué objetivo? ¿Creen que esto ayudará a modificar en un ápice le decisión? Los políticos europeos no parecen darse cuenta que tales medidas solo dejan a Cristina en la posición que más le gusta: la del David popular luchando contra el Goliat extranjero. El bloqueo norteamericano a Cuba sirvió como perfecto chivo expiatorio para todas las falencias del comunismo cubano ¿Por qué habría de funcionar distinto con argentina y CFK?

Repsol es una empresa que sabía donde ingresaba. Conocía o debía conocer los riesgos y vaivenes que implica invertir en el tercer mundo. La medida del gobierno es claramente nefasta para la empresa y, en el largo plazo, también lo será para todos los argentinos. El gobierno español necesita entender esto y si Rajoy desea negarle el saludo a Kirchner durante alguna cumbre, bienvenido sea. 

Sin embargo, cualquier nueva medida proteccionista impuesta a algunos argentinos y a algunos españoles no tendrá ningún efecto más que el empobrecimiento a ambas costas del atlántico.

miércoles, 18 de abril de 2012

Comprensión o Compulsión

El carnicero del barrio junta los pesos que ganó en el mes. Destina una parte a los gastos corrientes y lo que le sobra lo usa para comprar dólares. Podría haber invertido en una heladera nueva.

Un empleado piensa en irse de vacaciones y elige Brasil. Podría haber viajado a Mar de Ajó.

Una petrolera decide utilizar las ganancias generadas en Argentina para expandirse en otros negocios fuera del país. Podría haber invertido en aumentar la producción.

¿Qué tienen en común estos tres “agentes de la economía”? En primer lugar, que toman una decisión en función de una variedad de alternativas. La toma de la decisión implica necesariamente que prefieren ese curso de acción y no otro distinto; evidencia que eligiendo ese camino creen que estarán mejor que si eligieran otro. Nada impide que, a posteriori, se den cuenta que estaban equivocados.

Lo segundo que tienen en común es que el camino elegido refleja que no desean invertir su dinero en Argentina. En el caso del turista, tal vez crea que Brasil es más lindo o tal vez nuestra inflación le ha hecho pensar: “por el mismo dinero, conozco otro país”. Si el carnicero compra dólares en lugar de una nueva heladera probablemente crea que para “los tiempos que vienen” lo mejor es ahorrar en algo seguro, en lugar de invertirlo. Para la petrolera, el caso no es muy distinto, tal vez supongan que realizar inversiones en el país conlleve un riesgo más grande que hacerlo en algún negocio en algún otro destino donde, por ejemplo, pueda elegir a qué precio vender.

Partir de esta base implica de nuestra parte partir de una “verstehen”, de una comprensión acerca de por qué el hombre actúa como actúa. “La comprensión aborda los juicios de valor, las elecciones de los fines y los medios a los que se recurre para alcanzar estos fines…”[1]. La verstehen apunta a entender: ¿por qué no se invierte en el país? ¿Por qué no solo las grandes y malignas corporaciones compran dólares sino los pequeños y medianos empresarios, los trabajadores y los empleados públicos? ¿Por qué el dinero fluye al exterior en lugar de quedarse aquí generando trabajo e inclusión social para los argentinos y las argentinas?

El sistema en el que vivimos no se molesta en realizar estas reflexiones. Lo que el gobierno ve en la realidad es un caos que necesita ser ordenado por resolución ministerial. Donde algunos ven orden espontáneo, ellos ven un inerradicable conflicto de intereses. Ven un interés público constantemente atacado por el fin de lucro de la ley del mercado que no quiere crear trabajo argentino.

Acto seguido, controlan los precios, insultan a productores de yerba mate, nacionalizan los ahorros, nacionalizan Aerolíneas Argentinas, declaran que el fútbol es para todos, prohíben que los que viven en el exterior extraigan dinero de sus cuentas en pesos y, como corolario – o nuevo punto de partida ¿quién sabe? – esta semana expropiaron YPF.

¿Y por qué NO hacerlo si, de otra forma, el mundo sería un caos?

El sistema en que vivimos presupone que el gobierno es el único que puede sacarnos de un inevitable mundo de todos contra todos. El voto mayoritario legitima, y al que no le gusta, está a favor del caos y la locura.

En el camina queda la libertad, como algo idílico, algo que alguna vez quisimos conseguir pero que ahora no es más que otra piedra en el zapato.



[1] Ludwig von Mises: “Los Fundamentos Últimos de la Ciencia Económica”

lunes, 16 de abril de 2012

Detrás del escándalo


Esta es mi teoría: El gobierno es culpable de los elevadísimos niveles de inflación que padecemos. Aunque, ya sabemos, no están dispuestos a admitirlo. De hecho, hace poco, Marcó del Pont esbozó la teoría de la inflación como problema de oferta y del sector externo[1]…. No es de extrañar entonces que, ante este mal diagnóstico, decidan aplicar una mala solución: tomamos control de YPF y vendemos a precios bajos. Total, la diferencia la pagan los contribuyentes, o los pesos del BCRA, o los que compren deuda pública.

Ahora bien ¿se trata solo de un error económico? Veamos…

¿Hace cuánto que los argentinos aceptamos y aplaudimos la idea de que los “intereses del conjunto” están por encima de los “sectoriales”? ¿Hace cuánto que los argentinos compartimos el principio de que el “bienestar general” debe primar sobre los egoísmos individuales?

¿Cuántos están convencidos de que tanto el fútbol como la comunicación audiovisual son de “interés nacional”? ¿Cuántos son los convencidos de que los empresarios son entes egoístas contrarios al “bien público”?

¿Y cuántos son los que están firmemente convencidos de que los gobiernos de turno son los fieles representantes de ese supremo e intocable interés popular, común, nacional?

¿A quién extraña, entonces, que se anuncie con bombos y platillos que el “51% [de YPF] no va a ser manejado por ningún grupo económico privado[2]? ¿Puede sorprendernos que la expropiación se proponga sobre la base de la protección de la industria nacional, los usuarios y los consumidores[3]? ¿Llama a alguien la atención que la coacción y la violencia se escuden en el vaguísimo concepto de la utilidad pública?

Ayn Rand escribió una vez:

“Dado que no existe entidad tal como ‘el público’, dado que el público es meramente un número de individuos, cualquier supuesto conflicto del ‘interés público’ con los intereses privados implica que los intereses de algunos hombres deberán ser sacrificados para satisfacer los intereses y deseos de otros. Dado que el concepto es tan convenientemente indefinible, su uso descansa solamente en la habilidad de una pandilla para proclamar ‘el público c’est moi[4]

La pandilla de turno es hoy la administración Kirchner. Sin embargo, mientras sigamos sosteniendo las anteriormente mencionadas premisas fundamentales, el zorro podrá perder el pelo, pero jamás perderá estas mañas.



[1] “En nuestro país los medios de pago se adecuan al crecimiento de la demanda y las tensiones de los precios están por el lado de la oferta y el sector externo” http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-190369-2012-03-25.html

[3] Idem I. Industria, usuarios y consumidores que la propia política del gobierno – y no los empresarios –pone en esta situación.

[4] Ayn Rand: “La Virtud del Egoísmo”

martes, 27 de marzo de 2012

Más allá de Moreno (y no me refiero a La Reja)

Uno de los aspectos positivos de Moreno – consecuencia no intencionada de su despreciable accionar – es que logra hacer evidente la arrogancia y la violencia que yacen detrás de todas las medidas económicas intervencionistas probadas en Argentina de un tiempo a esta parte.

Ahora está de moda “pegarle” al funcionario. Nos cae mal su prepotencia, su mala educación, su soberbia y su actitud de desprecio por cualquier argentino que no esté a su nivel (porque todos sabrán que ser funcionario público es algo incomparablemente honorífico). Muchos, de hecho, piden su renuncia[1].

Sin embargo, lo que debe remarcarse es que Moreno solamente exterioriza lo que ya estaba presente en el país desde tiempos anteriores al mismísimo San Néstor. De hecho, si investigamos un poco en diarios del 2003 podemos encontrar las primeras noticias que anunciaban los “acuerdos de precios” a los que el gobierno de Duhalde – y su respetadísimo Ministro de Economía Roberto Lavagna – había llegado con distintos sectores de la economía, como el lácteo o el de los combustibles.

La única diferencia entre estos “acuerdos” y el dictum “el precio lo defino yo[2]” del funcionarísimo Moreno es que uno se lleva a cabo en una reunión amistosa y cordial y el otro se sale un poco de lo protocolarmente esperable. En esencia, no obstante, la situación es la misma. Veamos por qué…

Los precios de los productos son meras señales, meros mensajeros de “algo” que está detrás. Por ejemplo, si el precio de la leche sube puede deberse a que ésta sea relativamente escasa. Su precio alto, por tanto, indica que el sector de la leche es un buen negocio e invita a los empresarios a desembolsar su ahorro en producir leche para obtener rentabilidad. La competencia que estos nuevos empresarios generan da como resultado más leche y menores precios.

Por otro lado, el precio – como mensajero del mundo económico – también puede estar reflejando que hay algo en la economía que está siendo relativamente abundante, a saber, los pesos en circulación. Cuando no es solo la leche sino todos los precios los que suben (aunque lo hagan a ritmos distintos) la información que se transmite es que hay inflación.

Exactamente lo mismo puede ser dicho de los medios de comunicación. Los diarios son meros mensajeros de “algo” que está detrás. Ergo, si el diario A dice que el ministro B está llenándose los bolsillos con la corrupción de la empresa C, solo se limita a difundir esa información a aquellos agentes que estén interesados en conocerla.

Si el gobierno, ergo, quiere hacer algo al respecto ¿cuál es la diferencia entre, por un lado, invitar al director del diario A y pedirle amablemente, con vino y sushi de por medio, que deje de comunicar cosas inconvenientes y, por el otro, citarlo para comunicarle que la información que se transmite “la decido yo”?

Desde la devaluación el gobierno de Duhalde y el de ambos Kirchner han recurrido a la violencia contra el mensajero como manera de solucionar los problemas que ellos mismos generan. Los controles de precios, tipo de cambio, compra de moneda extranjera e importaciones son algunos ejemplos. Los nuevos ataques a la prensa y los últimos exabruptos del funcionarísimo, los más recientes.

En conclusión, por más que nos traten bien, cuando el gobierno intenta impedir que se transmitan ciertos mensajes – económicos o no – siempre nos enfrentaremos al violento “esto lo decido yo”. Una eventual renuncia de Moreno no solucionaría este problema.

Si de una vez y para siempre queremos terminar con esta situación tenemos que abogar por un sistema donde la imposición gubernamental no sea una opción. Caso contrario, terminaremos siempre topándonos con estas peligrosas víctimas del delirio de grandeza.

viernes, 13 de enero de 2012

Inductivitis

Carlos Díaz murió en un accidente de tránsito el primero de Enero. Diez días más tarde, sin embargo, nos enteramos que dicho accidente no fue un hecho fortuito impredecible, sino que fue producto de la irresponsabilidad (por decir lo menos) de un conductor ebrio que venía generando caos a su paso por la ruta 11.

El video fue grabado por otro conductor y ahora todo está sometido a investigación. No aconsejo verlo, basta con saber la historia que es suficientemente triste.

Lo curioso del hecho es la reacción de ciertas personas. La información dice que el conductor ebrio, quien desencadena el accidente, es de nacionalidad boliviana. Rápidamente entonces son varios los que se apresuran a decir que si no fuera por cierto “descontrol migratorio” esto no habría sucedido.

El razonamiento es el siguiente. Si en argentina viviéramos solamente los argentinos y las fronteras estuvieran cerradas (como en la Rusia Soviética de su momento) o, al menos, “bien reguladas” (como la de Estados Unidos, o la de los países europeos en la actualidad) podríamos “elegir” quienes entran y quienes no y, por supuesto, dejaríamos afuera a los bolivianos borrachos.

Lo menos que se puede decir de esta abominable reflexión es que peca de exceso de inductivismo. Si el inductivo fuera un órgano del cuerpo, podríamos decir que los que esbozan estas teorías padecen una severa inductivitis.

El inductivismo, sin embargo, no es un órgano del cuerpo sino una doctrina científica que (grosso modo) explica fenómenos universales a partir de enunciados particulares. Por ejemplo, al observar la caída de un lápiz desde el escritorio, luego al ver que el caen gotas de agua de la ducha, y luego de ver que si tiro una moneda hacia arriba ésta vuelve a mi mano, concluyo que existe una fuerza que llamamos gravedad.

De la misma forma, al ver que un accidente es generado por un individuo no nacido en Argentina, pedimos que cierren las fronteras. A partir del enunciado “un boliviano produjo un accidente fatal” y “los bolivianos son extranjeros” concluimos “todos los extranjeros son un riesgo para la salud de los que viven en Argentina”

Ahora bien ¿Qué pasa con el que no es Argentino pero nunca ocasionó ningún accidente? ¿Qué diremos de los argentinos que sí los ocasionan? ¿Y qué decir de los ladrones, secuestradores y asesinos que ahora constituyen la pujante industria nacional? ¿Y los políticos corruptos? Muchos, por ley, no pueden ser extranjeros.

El inductivismo presenta el problema de que nunca podemos saber si nuestra “base empírica” es suficientemente grande. ¿Qué me garantiza a mí que luego de observar 500.000 personas con ojos verdes, la 500.001 tenga ojos marrones? ¿Cómo puedo afirmar, aun habiendo observado un número enorme de ovejeros alemanes, que no existen los bóxers?

La teoría xenófoba que sigue a esta noticia no solo es una muestra del más rancio fascismo. Es, además, una “ilustración empírica” de la ignorancia supina de quien la postula.

jueves, 5 de enero de 2012

El político discriminador

En los Estados Unidos, por mucho tiempo referencia obligada al hablar de libertad, democracia y progreso, surgió una polémica a raíz de la publicación de ciertas newsletters atribuidas a un candidato de corte neoliberal, como algunos gustarían en llamar.

Es problema que presentaban estas newsletters es que revelaban que este candidato aparentemente “libertario”, creyente en el mercado, en la no agresión, en la tolerancia entre las diferentes creencias y preferencias individuales, etcétera era realmente un racista homofóbico. Así las cosas, muchos atribuyen la pérdida de la Interna de Iowa a esta controversia.

Ahora bien, supongamos lo peor. Ron Paul es un facho discriminador que se mofa de los gays y cree que todas los negros son delincuentes. ¿Cuánto debería importarnos (poco a nosotros que vivimos abajo del mundo, pero supongamos que fuera un candidato argentino)? ¿Cuán relevante, entonces, son las preferencias individuales de los candidatos? ¿Por qué deberíamos preocuparnos de si un político es gay-friendly, antisemita o racista?


Lo que viene a la mente rápido es el ejemplo alemán del siglo pasado. Si antes de asumir la presidencia cantás a los cuatro viento que despreciás cierta religión, probablemente después termines cometiendo una masacre difícil de olvidar. Tomando este hecho en consideración, es comprensible que quedemos espantados cuando olemos algo siquiera parecido.

Sin embargo, lo que deberíamos tener en cuenta en lugar de las características personales de los candidatos y sus eventuales parcialidades respecto de ciertos temas es el sistema en que ese candidato ejercerá el poder.

¿Podrá este político materializar su discriminación y convertirla en política de Estado? ¿Es cierto que si el político que triunfa en las elecciones es gay-friendly entonces los “derechos de los gays” van a respetarse pero si es un ultracatólico conservador los homosexuales deberán volver al “under” de donde salieron? ¿Debemos realmente temer que si el nuevo presidente norteamericano no es negro puedan volver los tiempos de la segregación, por ejemplo?

Si lo que pesa en el sistema es la persona, entonces sí. Mucho miedo deberíamos tener. En los esquemas políticos en que lo importante es el tipo de persona que asume el trono, la sociedad buscará continuamente seres extraordinarios, amantes de todo tipo de religiones, amigos de todo tipo de preferencias sexuales, incapaces de discriminar, sensibles con los pobres, amigables con los ricos... en fin, un prototipo difícil de encontrar.

Por el otro lado, si el sistema es lo que importa y éste supone que las preferencias personales del mandatario no tengan ningún efecto práctico en la sociedad (paradójicamente el sistema que Ron Paul parece proponer al menos en alguna medida), poco debería importarnos si el nuevo presidente es gay, musulmán, judío, pelirrojo o si va a la cancha de Racing en lugar de a la de Boca.

La manera de evitar que la homofobia o la discriminación tengan algún efecto dañino concreto sobre la sociedad no es buscar continuamente el gobierno de Superman o la Mujer Maravilla, sino más bien encontrar aquel sistema en el cual, aun gobernando el Pingüino o el Guasón, los ciudadanos puedan vivir en paz.