Luego de nueve años
ininterrumpidos de kirchnerismo es lícito extraer algunas conclusiones acerca
de en qué consiste el modelo. Desde un punto de vista estrictamente económico,
por ejemplo, puede decirse que se trata de un gobierno de corte neokeynesiano
que cree firmemente (tal vez más que el propio Keynes) en la intervención del
estado en la economía.
En otro orden de cosas, una de
las cuestiones destacadas y que sensibilizan tanto a seguidores como a detractores,
son los repetidos escándalos de corrupción (como Skanka, Antonini Wilson,
la bolsa
en el despacho de Felisa Miceli, los taxis
aéreos de Jaime y la ex imprenta Ciccone)
que, en su mayoría, suelen quedar en la nada.
Ahora, si bien estas parecen ser
dos características centrales del modelo, no existen muchas voces que estén
pensando en relacionarlas. ¿Hay alguna relación entre el intervencionismo
económico que el kirchnerismo practica y los episodios de corrupción que lo
salpican? ¿Podemos hablar de un modelo inherentemente corrupto o el
intervencionismo y los comportamientos ilícitos de los funcionarios transitan
caminos paralelos?
Desde hace más de 10 años, la
Heritage Foundation y el diario Wall Street Journal de los Estados Unidos
elaboran un índice de libertad
económica que, en función de diversas variables como la presión fiscal, el
gasto público, la facilidad para crear negocios, la flexibilidad laboral o la
libertad del comercio exterior, clasifica a los países desde el “más libre”
hasta el “menos libre” o, lo que es lo mismo, desde el menos intervenido hasta el más intervenido.
Por su parte, la asociación civil
internacional líder en la lucha contra la corrupción, Transparency
International, también elabora un ranking de países pero de acuerdo a la
percepción de corrupción de su sector público. En este índice de percepción de corrupción
(CPI, por sus siglas en inglés) los países que obtienen mejor “nota” (en una
escala de 1 a 10) son aquellos con menor corrupción mientras que los que
reciben notas bajas son aquellos cuyo
sector público es sospechado de ser muy corrupto.
Lo curioso del asunto y lo que
venimos a poner de manifiesto en esta oportunidad es que si unimos las
conclusiones de estos dos estudios, pueden observarse asombrosas coincidencias
en ambos índices: Singapur, el segundo país más libre del mundo económicamente
hablando, por ejemplo, ostenta la quinta posición en el índice CPI. El caso de Nueva Zelanda también es
interesante, ocupando el primer puesto en cuanto a transparencia y el cuarto en
lo que a libertad económica respecta.
De manera análoga, si miramos los
rankings desde abajo encontraremos que países como Venezuela o Guinea Ecuatorial se encuentran entre los diez últimos
puestos tanto en el índice de la Heritage Foundation como en el de
Transparency International.
Lo relevante, sin embargo, es que
estas no son meras coincidencias sino que la tendencia se repite a lo largo de
ambos estudios y si graficamos los resultados, lo que obtenemos también es
contundente:
Si bien los datos “desnudos” por
sí solos no permiten establecer causalidad es, por lo menos, significativo que
todos los países que tienen altos grados de libertad económica gocen a la vez
de bajos índices de corrupción percibida – o sea, altos índices de
transparencia – y que aquellos cuyos gobiernos sean muy corruptos sean países
con poca libertad económica.
Dicho sea de paso, tanto Argentina
como Angola se encuentran entre los 20
países más intervenidos del mundo[1]. Además, Angola también
está entre los 20 países más corruptos mientras que la Argentina está un poco
mejor, ocupando el puesto 83 en un total de 182[2]. Acaso sea esta la
estrecha relación que últimamente parece unir a sus gobiernos.
Volviendo al inicio, para
responder la pregunta de si el modelo argentino es inherentemente corrupto,
primero tendríamos que poder responder
si los países menos intervenidos son inherentemente transparentes. Una teoría
podría señalar que debido a que los países donde el sector público es menor,
existen menos posibilidades de incurrir en actos corruptos. Es decir, como hay
menos regulaciones, la posibilidad para “cobrar peajes” es menor.
Si esto fuera cierto no debería
extrañarnos que un país como Venezuela, que hace años viene profundizando su
camino hacia el “socialismo del siglo XXI” sea uno de los países más corruptos
del mundo.
Por último, si dicha teoría fuera
cierta, parecería razonable que en el país cuyo modelo de intervención es el
predilecto del economista Paul Krugman, los episodios de corrupción estén a
la orden del día y sean cada vez escandalosos.
[1]
Para ver el índice completo hacer click aquí o ir a: http://www.heritage.org/index/ranking
[2]
Para ver el índice completo hacer click aquí o
ir a: http://cpi.transparency.org/cpi2011/results/#CountryResults
*Fuente del gráfico: Fuente: Economic Freedom Index (2012) y Corruption Perceptions Index (2011)