Ricardo
Echegaray, el titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos que
le ganó a la inflación porque hizo crecer su patrimonio un 40% y, además, es propietario
entre otras cosas de un departamento
en Punta del Este, se despachó con una de esas frases candidatas a quedar
en la historia.
Pero vamos por partes.
Dado que la “flotación
sucia” se le hizo imposible de manejar al Banco Central, ahora es la AFIP
la encargada de mantener el dólar en esa “banda” deseada por el gobierno y los “expertos”
de la política monetaria.
¿Cómo lo hace? Prohibiendo de facto la compra de dólares.
Sin embargo, en un mundo con cada vez más variantes para el
consumo y la compra de bienes, siempre quedan “ventanas abiertas” que se
intentan cerrar con nuevas trabas impuestas por la AFIP. (De preguntarse por
qué la gente compra dólares mejor ni hablar, es más fácil quedarse con la idea
de que todos son unos chicos malos a los que hay que enderezar. A fin de cuentas, para eso sirve el Estado, ¿o no?)
Ahora bien, en su argumentación de la última
medida para frenar la salida de dólares del BCRA, el millonario Echegaray
explicó que el nuevo impuesto se impone porque él prefiere que los
argentinos se queden a veranear en el país.
La frase no extraña ya que esta es la idea detrás de todo
tipo de medidas proteccionistas o de “fomento a la industria nacional”. En el fondo, el mensaje siempre es “preferimos
que los argentinos compren en el país”.
Ahora la gran pregunta es ¿por qué debería importarnos a los
argentinos lo que Echegaray prefiera que hagamos? ¿Si yo prefiriera que él
fuera bailarina de Tinelli en lugar de titular de la AFIP, accedería Ricardo a hacerlo? ¿Tiene
la población las herramientas para forzarlo a él a hacer lo que a ella le
plazca?
Nosotros no pero el gobierno sí y lo que la crudeza de la
frase de Echegaray ha puesto de manifiesto es que detrás de las miles de
explicaciones técnicas y discursos
de maestra ciruela, lo único que se esconde es que los gobernantes a menudo intentan
hacer con nosotros lo que ellos “prefieren”…
Y la pregunta frente a esto es ¿cuál es el límite? No lo podemos saber pero arriesgarse a conocerlo parece, como mínimo, demasiado peligroso.
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