sábado, 8 de octubre de 2011

Gracias, pero no es MI patrimonio

Hay notas que suelen pasar bastante desapercibidas en los medios. Y se entiende. El desabastecimiento de nafta, la inflación, Cristina lamentando su viudez y los abominables crímenes que azotan a nuestra población acaparan toda la atención.

Sin embargo, hay un tema que me desvela. En la edición online del diario La Nación de hoy hay una nota de Ángeles Castro referida al “casco histórico” de nuestra querida ciudad.

¿De qué se trata? De ahora en más, si la ley te incluye en la nueva delimitación, no podrás modificar la fachada del edificio, nadie puede construir algo de más de 32 metros, y no se pueden agregar nuevas marquesinas publicitarias. ¿Y todo esto por qué? ¡Pues claro! Para proteger el patrimonio histórico de la ciudad.

Más allá de la novedad, lo que me llama la atención es la cantidad de simpatías, loas y felicitaciones que esta nota ha suscitado en el grupo de variadísimos comentaristas del diario. Las alabanzas van desde cosas como “Muy auspicioso que haya salido esta ley. Todo lo que vaya en dirección de proteger el patrimonio, vale” hasta reflexiones más trascendentales como “¡Qué buena noticia! Una ciudad que respeta su patrimonio construido, reafirma su identidad” y aún gente que exige profundizar el modelo proponiendo “…hacer algo parecido con ciertos edificios en los barrios…”. En fin, la diversidad en los comentarios sólo va de muy bueno a superfantástico.

Ahora bien, empecemos por definir qué es el patrimonio histórico. ¿A qué se refiere la legislatura porteña cuando habla del APH? ¿Es aquello que ellos, muy expertos todos en construcciones, deciden que debe preservarse y qué puede transformarse en shopping? ¿Y por qué ellos? ¿Quién es el señor Di Stéfano para arrogarse la voluntad de todos y decidir sobre este tema? ¿Quiénes son ellos para decirle a un industrial o emprendedor que su edificio debe tener sólo 32 metros? ¿Dónde está escrito que la función del gobierno es velar por la armonía arquitectónica del territorio?

Por otro lado ¿Qué significan los 192 edificios protegidos que no pueden demolerse y que debe mantenerse la fachada? ¿Quiere decir que, por ley, obligaremos a las personas que legítimamente compraron estos departamentos a incurrir en gastos extra para mantenerlos cuando quizá no tenían pensado hacerlo? ¿Cómo lo pagarán?

¿O será que de ahora en más utilizarán nuestro dinero para que esos propietarios no sólo tengan la fachada bien mantenida sino que (puesto que tienen el mantenimiento subsidiado) el precio de su inmueble se vaya a las nubes? Porque no querría pensar que lo que hay detrás es una nueva empresa que (¡oh, casualidad!) se dedica a mantener edificios antiguos y cuyo único cliente pasa a ser el gobierno porteño.

Y por último ¿por qué tanta gente aplaude la medida? Las razones no las conozco, pero el hecho es que parecen ser muchas.

Entonces, si tanta gente apoya estas ideas, no sería mejor crear la fundación “Preservamos los Edificios que nos Parece que Tienen un Valor Especial”. ¿Cuál es la necesidad de sumarme a mí a la causa cuando no me interesa en lo más mínimo si la calle Florida cambia su fisonomía? ¿No se trata de una imposición arbitraria?

Si queremos tener un gobierno democrático, su esencia debe pasar por el respeto de la voluntad de las minorías. Y ni el patrimonio histórico, ni el crecimiento con equidad, ni la preservación de la cultura pueden aceptarse como excusa para que ese principio se viole.

Es una lástima que el PRO, que desea presentarse como alternativa al fascismo gobernante, incurra sistemáticamente en los mismos errores.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿Existe el desinterés?


Friends fue definitivamente una de las mejores series de los últimos años. Hace poco, y dado que usualmente me gusta tratar estos temas en el blog, me recordaron de este capítulo en que Joey Y Phoebe tienen una discusión acerca del egoísmo. Me encantó.

Entonces bien. El tema está planteado: ¿Hay acciones que no sean egoístas? ¿Cuándo hacemos algo “por otro”, lo estamos haciendo verdaderamente por el otro, o lo hacemos por nosotros mismos?

Si damos una mirada a lo que el autor del tratado de economía “La Acción Humana” Ludwig von Mises tiene para decirnos, podemos acercarnos a una respuesta:

“En el estricto sentido del término, el hombre que actúa aspira solamente a un fin último, a la consecución de un estado de cosas que le siente mejor que sus alternativos (…)

La característica distintiva de estos fines últimos es que dependen enteramente en el juicio de valor personal y subjetivo de cada individuo, que no puede ser examinado, medido, y mucho menos corregido por ninguna otra persona.”[i]

De esta forma, cuando Joey decide participar del Teletón, la decisión y el hecho que efectivamente participe nos muestran a los demás que, dentro de sus juicios de valor personales, Joey considera “mejor” ser co-conductor del programa que quedarse en su casa sin hacer nada, o continuar en la búsqueda de otro trabajo.

Sin embargo, Phoebe dice que su acto es egoísta porque su único interés es “salir en la tele”. Desde esta perspectiva Joey es egoísta porque su acto no es desinteresado. No se trata sólo de ayudar, sino que está detrás de un beneficio, utilidad o ganancia personal.

Ahora bien ¿Existen los actos desinteresados? ¿Si Joey fuera al Teletòn simplemente porque quiere ayudar, podríamos llamar a eso un acto desinteresado? Sobre este tema, vale la pena citar las palabras del filósofo argentino Gabriel Zanotti al tratar el tema del amor de benevolencia:

“En el caso del hombre, el amor de benevolencia busca el bien del amado. En ese caso, es absolutamente necesario entender que el bien del amado y el bien del amante son sólo uno: pues el bien del amante y, por ende, lo que agrega perfección a su ser, es precisamente el bien del amado (…) La entrega al otro es "útil" para el amante, en cuanto "utilidad" hace referencia, en su máxima dimensión analógica, al bien que recibe todo ser humano en toda conducta racional.

Es así que, aunque resulte insólito, la acción racional (…) también se da en el amor de benevolencia. La entrega total al otro implica el máximo bien para la persona que hace dicha entrega, y por ende, su máxima ganancia…”[ii]

Es decir, aún cuando desde afuera parezca (o los mismos protagonistas de la acción así lo comuniquen) que un acto es totalmente desinteresado, el hecho que se realice demuestra que las partes tienen interés en llevarlo a cabo.

Sobre si ese interés es ayudar a los desposeídos o tener el mejor auto, podemos armar nuestro juicio de valor personal. Pero en ningún caso podríamos decir que tener un auto es egoísta y ayudar al prójimo no lo es.

Ambas acciones reflejan la escala de prioridades del actor. Y en ambos casos, la acción es egoísta e interesada. En este sentido, cualquier estudio serio sobre la conducta humana debería darle la razón a Joey.


[i] “Theory and History” Ludwig von Mises, 2007 Ludwig von Mises Institute.

[ii] “El Método de la Economía Política”. Gabriel Zanotti, Revista Libertas Nº40

viernes, 26 de agosto de 2011

Democracia Bajo Fuego: El Valor de la Crítica

Tiempo atrás nos referimos al problema que traía aparejado perseguir judicialmente a alguien por expresar sus ideas, pensamientos o sensaciones, por más abominables que éstos nos parezcan.

Poco después, Fito Páez vomitó insultos contra “la mitad de Buenos Aires” y levantó una polémica enorme por haber tratado mal a los votantes. ¿Cómo se permite semejante osadía? Sobre el asunto se escribieron artículos enteros descalificando sus dichos y criticando su actitud antidemocrática, por sobre todas las cosas. Aquí, en cambio, discutimos sus ideas.

Ahora bien, luego de las primarias, como ganaron los que no le gustan a la Sociedad Rural Argentina (pero sí a los artistas), quienes se llevaron el premio al exabrupto fueron sus representantes.

Hugo Biolcati sugirió que a los argentinos lo único que les interesa es tener un LCD y mirar a Marcelo Tinelli mientras que el país va camino al iceberg. Otro nuevo ataque de flanco hacia el supuesto egoísmo de los votantes, y hacia el elemento esencial de la democracia, “el pueblo”, los que votamos (que es distinto a “Los que Vivimos”).

Probablemente, como ya le pasó a Fito, Biolcati también reciba su correspondiente citación judicial. Pero, por las dudas, ya tiene una colección de críticas para entretenerse. El típico “gorila”, de parte de Aníbal Fernández, “lo peor de la Argentina” y “se le salió la chaveta” fueron algunas de las reacciones.

Así las cosas, lo que en la Argentina parece imperar es una serie de temas sobre los que nadie debe opinar distinto, o bien si lo hace, disimularlo lo más posible si no quiere ser investigado por la justicia, por el INADI, o demonizado por Clarín o “6, 7, 8” (según corresponda).

El problema con esta actitud es que impide llegar a mundos mejores. Si las expresiones de Páez o de Biolcati son atacadas con violencia y denostadas de manera que la próxima vez piensen dos veces antes de opinar sobre la “voluntad popular”, nos quedaremos sin voces críticas. Y las voces críticas son esenciales al mundo por dos cosas:

En primer lugar, si las críticas son erróneas, el hecho de que hayan salido a la luz, nos da la posibilidad de contrarrestarlas, de oponer nuestra teoría y reforzar nuevamente su valor.

Por el contrario, si las críticas son acertadas (y creo que nadie pensó en esta posibilidad), entonces estamos ante la posibilidad única de dar un nuevo debate, y de encontrar sistemas que satisfagan mejor las necesidades de todos.

En el año 1600 Galileo Galilei salvó su vida al confesar bajo presión que su teoría sobre el movimiento planetario era falsa. Sin embargo, la Tierra gira alrededor del Sol.

Probablemente no sean Biolcati ni Fito Páez los Galileos de nuestra era.

Pero que no queden dudas que la actitud de persecución y vilipendio de cualquiera que critique ciertos asuntos de nuestra vida pública es la garantía más grande de que si hay un Galileo dando vueltas, nunca lo vamos a conocer.

viernes, 19 de agosto de 2011

Paul Krugman: nueva víctima de la crisis filosófica

La economía es una rama de la ciencia que admiro particularmente. El estudio de la acción humana orientada a la satisfacción de necesidades, que da lugar a la interconexión libre y pacífica entre las personas, no puede ser tomado como algo menor, o meramente técnico. Sin embargo, algunos economistas se empeñan en quitarle todo contenido humano.

Es así como el premio nobel Paul Krugman, abogado del déficit y de la expansión fiscal (sólo para momentos de “crisis”), propuso –a modo de exageración- que si la sociedad norteamericana tuviera que armarse en defensa de una supuesta invasión alienígena, el gasto que esto generaría reactivaría la economía de manera tal que una vez que se dieran cuenta que tal invasión era un invento, ya habrían salido de la crisis.

Más allá de que este razonamiento roza el disparate económico, me gustaría analizar el tema desde un punto de vista moral, desde qué concepto del hombre tiene detrás esta teoría.

El razonamiento sería el siguiente: El país está próximo a una recesión, o sea, pocas ventas, poca rentabilidad, empresas en riesgo, quiebras, despidos y el círculo se pone peor. Entonces, ¿qué hacemos? El que tiene plata –El Estado, que no tiene pero puede fabricarla- la inyecta en el mercado y eso hace que vuelva el consumo, vuelvan las ventas, vuelva la rentabilidad, y todos contentos. ¿Inflación, endeudamiento, impuestos más altos? Después vemos.

Lo importante es que los americanos vuelvan a consumir. ¡Malditos americanos que dejaron de comprar todos al mismo tiempo! ¿Cómo se les ocurre? Pensar en las causas parece ser demasiado esfuerzo.

Pero el gran problema que hay con este razonamiento que ataca el síntoma es dónde sitúa al ser humano. Es decir, se considera que si desde el Estado manejamos ciertas variables, entonces el mundo vuelve a la “normalidad”.

Ahora bien, ¿Qué somos, relojes? ¿Somos tornillos de un carburador que si está andando mal nos tienen que ajustar? ¿Cuál es la normalidad? ¿Es aquel mundo dinámico que hacen los hombres en uso de su libertad, o es aquello que Paul Krugman quiere que la normalidad sea?

¿Por otro lado, cuál es la función de los bienes en el mundo, satisfacer las necesidades humanas, o es el ser humano el que tiene que satisfacer la necesidad de los bienes de ser comprados?

Si bien la propuesta del premio nobel tiene un lado económico oscuro en cuanto a las consecuencias que generaría, hay algo más profundo detrás que necesita ser combatido. Somos seres humanos y animados, no objetos o fichas de un tablero de ajedrez.

No permitamos que "la economía", la estabilidad financiera o los ratings de S&P sirvan de excusa para que nos den el trato que le dan a las piezas de un motor y no dejemos que nos usen como herramienta para consumir, cuando el consumo es nuestra herramienta para sobrevivir y no a la inversa.

jueves, 11 de agosto de 2011

¿El votante irracional?

En la versión digital del diario La Nación del día miércoles, apareció una nota titulada “El votante irracional”, escrita por la premiada periodista y miembro de la Academia Nacional de Periodismo, Nora Bär.

En ella se busca, sobre la base de ciertos hallazgos de la neurociencia, racionalizar (valga la paradoja) la catarata de insultos hecha por Fito Páez y tantos otros luego del triunfo de Macri en Capital. Generalizando, el artículo se pregunta: “Pero ¡¿cómo puede ser que tanta gente haya votado por X y no por Z?!” A juzgar por las conclusiones, me quedo con Fito.


La tesis de este breve artículo es, básicamente, que los políticos ganan gracias a la irracionalidad de los votantes.

“… tal como explicó Facundo Manes en su último programa sobre "Los misterios del cerebro" (sábados a las 21, por C5N), y sugieren cada vez más estudios neurocientíficos -y campañas publicitarias plagadas de golpes bajos dirigidos a nuestros más íntimos resortes emocionales-, la decisión del votante es peligrosamente parecida a una conducta irracional o inconsciente: se basa en datos como la cara o la apariencia del candidato, siente una gran resistencia al cambio (aunque se le presenten argumentos convincentes), realiza inferencias similares a las que utilizan los chicos…”

Ahora bien, aceptando la premisa que el triunfo de Macri tuvo que ver con razonamientos similares a los que utilizan los chicos, o dando por sentado que Cristina ganará por la resistencia al cambio, debe destacarse que de estas premisas no se extraen necesariamente las conclusiones del artículo.

Si bien la autora busca una posición políticamente correcta sobre los “enojos post electorales”, creo que considerar irracional al votante es todavía más agraviante - y más inexacto- que acusarlo de egoísta, como dijera el autor de Mariposa Tecnicolor.

De hecho el votante, como cualquier ser humano, es un ser racional[i] y cuando vota, también lo hace racionalmente, por más que ignore las propuestas de los candidatos y sólo se guíe por la cara, la publicidad de la tele, o la entrevista en la revista GENTE.

Y si bien para Bär guiarse por estas cuestiones demuestra que el voto es irracional, creo necesario decir que es exactamente lo contrario.

Votar implica un costo, e informarse para hacerlo implica un costo aún mayor. Por otro lado, el poder que tiene el voto de cada uno es difícilmente tan importante como para inclinar una elección y, aún en el caso de que gane nuestro candidato, el beneficio que uno obtiene está muy disperso entre toda la población (es decir, es difícil que nos beneficie directamente si es que no formamos parte del sindicato de Moyano).

Por último, el costo de una mala elección (votar al que finalmente termina haciendo las cosas mal) también está disperso y las consecuencias están distribuidas entre toda la población (a menos que seas un productor de carne y te prohíban las exportaciones, o seas un economista profesional y te multen por medir la inflación). Ergo, los incentivos para tomar una decisión "informada" son bajos.

De esta forma, lo que la periodista describe como irracionalidad, no es más que lo que otros autores llamaron hace más de cincuenta años la “ignorancia racional”:

“En una de sus originales contribuciones a la teoría de la elección pública, Anthony Downs (1957) resaltó que el individuo que vota es –en gran medida- ignorante pero es racional en mantenerse en ese estado. La lógica detrás de esta afirmación es que el voto del individuo raramente decide el resultado de una votación. De esta forma, el impacto de hacer un voto bien informado es cercano a, sino directamente, cero.”[ii]

¿Entonces, para qué informarme, leer los planes de los candidatos, saber sobre economía, sobre moral, sobre justicia, o sobre política si, en el fondo, mi voto va a hacer muy poco por mi bienestar y el bienestar del país?

¿Para qué me voy a informar a fondo si puedo tener un pantallazo general al ver un spot televisivo y dedicar el resto de mi tiempo a hacer actividades que sí redunden en un beneficio directo como trabajar, cuidar a mis hijos, o mirar Bailando por un Sueño?

En conclusión, podemos ser críticos de quienes ganan las elecciones. Podemos oponernos a la idea de que las campañas tengan más marketing que debate político. Podemos quejarnos de que sistemáticamente nos toquen los peores gobernantes. Pero grave será el error si creemos que la culpa la tiene la supuesta irracionalidad de los votantes.


[i] Racional en el sentido que toma decisiones utilizando su razonamiento y sopesando costos y beneficios. La racionalidad no garantiza que el individuo esté acertado, sino simplemente que actúa paraconseguir un objetivo.