Por supuesto que cualquiera podría inferir que la poca relación del nombre con el “objeto social” de la empresa, en conjunto con la pésima connotación que implica llamarse como el célebre “no robemos por dos años” Barrionuevo, tendría como consecuencia un fracaso comercial digno del libro de los récords.
He aquí un buen incentivo para que las organizaciones busquen tener nombres que las relacionen con su actividad comercial y suenen atractivos para el cliente.
Sin embargo, en el sagrado mundo de la educación pública, no existen mecanismos que prevengan a las escuelas de cometer estos errores. El caso más reciente es la inauguración de la Escuela “Presidente Néstor Carlos Kirchner”.
Más allá de lo poco que hizo Néstor por la educación, lo mucho que hizo por destruir el poder de compra de los argentinos, y los escándalos de corrupción que estallaron durante su gobierno, los chicos de Albardón irán todos los días al colegio que lleva su nombre.
Ahora bien, si Coca-Cola quiere ponerse un nombre indecoroso, poco podríamos opinar al respecto. De hecho, pondrá en juego su patrimonio, no el nuestro.
¿Pero por qué parte de nuestro patrimonio sí será destinada a financiar actividades que algunos consideramos equivocadas y distorsivas de la realidad como poner a Kirchner a la par de próceres como Alberdi y Sarmiento?
Algunos argumentarán: “Estimados, así es la democracia, cuando ellos están en el poder, hay que aguantársela”.
Ahora, ¿implica esto que cuando otro sea el presidente podrá construir la “Escuela Conductor Marcelo Hugo Tinelli” o el “Liceo Superior Actor Guillermo Francella” y quienes estén en desacuerdo deberán, no sólo tolerarlo, sino también solventarlo?
¿Implica que cuando unos estén en el poder aprenderemos que “Perón ama a los niños” o que “Perón y Evita nos aman” y cuando otro sea el gobierno, cambiará el personaje a venerar porque así es la democracia?
Podemos pensar que hay distintas miradas del mundo, la economía, la sociedad y la historia, que merecen -o no- ser enseñadas y aprendidas. Ahora, el sistema de la educación pública (y monopólica ya que todos los programas deben ser aprobados por el Ministerio de Educación para ser “oficiales”) provista por el Estado ha tendido a priorizar una mirada sobre otra. Y el resto, ajo y agua.
¿Habrá un sistema en que si es del gusto personal de alguno enseñar a las generaciones futuras lo maravilloso que fue “el primer trabajador” pueda hacerlo y no tenga que obligarnos a todos a financiarlo?
¿Existe un mundo en el que puedan convivir escuelas “Néstor Kirchner” y “Carlos Menem” y yo no tenga que ser cómplice de la decadencia de la educación nacional? ¿Podremos -con libertad- decidir a qué colegio enviar a nuestros hijos según nuestras convicciones y no según la de los que nos gobiernan?
¿No sería éste un sistema mucho más democrático y mucho más plural, de verdad?
En nombre de la pluralidad y la "democratización" se han intentado controlar los medios de comunicación, acusados de ser monopólicos.
Sin embargo, a nadie se escuchó aún hablar del monopolio que implica el sistema de educación pública y la otra cara que presenta el “derecho” a la enseñanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario