jueves, 31 de marzo de 2011

Colegio Tomado

La trascendencia de la toma de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini

Quizás por haber sido alumno de un colegio con características similares (por su dependencia de la UBA), o por haberme plegado a protestas organizadas por el centro de estudiantes en su momento y haber faltado a clases por ese motivo, la noticia de la toma en el Carlos Pellegrini me interesa particularmente.

Por lo que dicen los medios (que Cris nos proteja de ellos y sus intereses) el Centro de Estudiantes del colegio se ha manifestado en protesta por las designaciones de algunos docentes del departamento de historia y han decidido “tomar” el colegio (lo que en este caso particular implica no ir a clases pero no impedir el dictado de las mismas).

Como respuesta, las autoridades han decidido contabilizar las faltas de aquellos que no concurran a las clases desatando la ira de los estudiantes agrupados. Lo que se cuestiona ahora es la calidad democrática del colegio y se critica el “desconocimiento de las asambleas”[i] de alumnos por parte de la dirección.

Ahora bien, supongamos que un día de estos vos invitás a unos amigos a tu casa. Comen algo, toman unas copas de vino y de repente a uno se le ocurre que tu pared, en lugar de blanca, debería ser verde. Luego de horas de argumentar por qué te parece mejor que sea blanca, todos tus amigos decidieron que estás equivocado y que tenés que pintarla de verde.

Llegado el caso, lo que finalmente vas a decirles es que apreciás mucho sus comentarios y sus ideas, que seguramente las dicen con mucha buena fe, pero que tu pared se queda blanca porque a vos te gusta así. Y punto.

Algo parecido sucede en el colegio Pellegrini. Por más acertados que pudieran llegar a estar los alumnos, el sistema participativo tiene límites. A saber, que empieza y termina donde el dueño de casa lo decide.

Es así como en tu casa el color de la pared lo decidís vos; en un quiosco el lugar donde va a estar la heladera de Coca-Cola lo decide el encargado; y en un colegio el aula donde va a cursar 5o 3a la elige el director.

Si el director creyera que la mejor manera de llevar adelante un colegio es pidiéndole opinión a los alumnos, docentes u otros empleados, entonces genial. Lo mismo si el quiosquero hiciera una encuesta entre sus clientes para ver dónde deja la heladera.

Sin embargo, si esto no sucede, la democracia no tiene lugar y, de hecho, intentar ejercerla implica imponer la voluntad de alguien sobre algo que no le pertenece. Si yo decido manejar tu auto sin tu permiso (imponer mi voluntad sobre algo que no es mío, sino tuyo) vos vas a pensar que soy un ladrón.

De la misma forma, intentar imponer la voluntad de una mayoría en aquellos ámbitos privados donde no se haya solicitado la opinión del grupo, implica robarse uno de los derechos más fundamentales del hombre, como decidir sobre su trabajo, sus posesiones y, finalmente, su vida.

Tomar un colegio a edad temprana es algo que puede resultarnos simpático, algo “de chicos”. Sin embargo, detrás de estas medidas se esconden las premisas filosóficas del abuso y del autoritarismo más clásico.


[i] Declaraciones de la Presidente del Centro de Estudiantes. http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-165272-2011-03-31.html

viernes, 25 de marzo de 2011

Los Aprovechadores

Juana: ¡Qué bien Tinelli que hace que su programa le cumpla el sueño a tantos chicos que necesitan!

María: ¡Ay Ju! ¿Qué decís? ¡Lo hace todo por el rating!

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José: ¿Viste la modelo que era cartonera? Además de estar muuuy buena, qué lindo mensaje envía a todos sobre la capacidad de progresar…

Lucio: ¡Calláte Joe! Seguro la contratan para poder pagarle dos pesos con cincuenta, total la mina va a aceptar o aceptar.

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Ariel: ¡Qué genio Messi! Además de ser el mejor jugador de la historia dona millones de euros para su fundación de asistencia a chicos en situación de riesgo…

Jimena: Muy ingenuo lo tuyo Ari, es obvio que lo hace para deducirlo del pago del impuesto a las ganancias. ¡Flor de vivo Lionel!

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Existe en nuestra sociedad, y probablemente en muchas otras, la idea de que las buenas acciones, las buenas de verdad, tienen que ir siempre en un solo sentido. Hacer el bien significa actuar de manera desinteresada; darle algo a otro sin contraprestación, sacrificarse.

Si algún individuo llegara –por medio de una actividad determinada- a ser parte de la mejora de la situación personal de otro y existiera la mínima sospecha de que de esa participación el primer individuo tendrá un beneficio personal, la actividad jamás ingresará al paraíso de lo moralmente correcto y su actor irá a parar al infierno de los aprovechadores.

Frente a esta idea cabe oponer dos cuestiones. En primer lugar vale la pena preguntarse por qué debería ser correcto sacrificarse por alguien de manera desinteresada. Es decir, si hoy evito gastar 10 pesos para ahorrar y comprarme una remera en dos meses, el sacrificio en el consumo presente me beneficia en un “mejor” consumo futuro.

Ahora, si yo sacrifico 10 pesos hoy regalándoselos a un individuo desconocido, ni en el presente ni en el futuro obtendré un resultado favorable de dicha acción. Mi sacrificio redunda directamente en el beneficio de este otro sujeto, pero es un juego donde uno pierde y otro gana. ¿Qué tiene de moralmente correcto este sistema? Nada.

Una segunda oposición a la idea de mandar a todos los aprovechadores al infierno es el papel que éstos cumplen en determinados sistemas. El economista profesor Israel Kirzner, en su crítica a la teoría de la competencia perfecta, indica que la realidad no se caracteriza por la existencia de mercados de competencia perfecta sino más bien por la existencia de mercados de conocimiento imperfecto (lo que significa que la razón por la cual en el barrio de Caballito compramos manzanas a 6 pesos el kilo es que no sabemos dónde conseguirlas más baratas).

Dado este conocimiento imperfecto, es el empresario –el aprovechador por excelencia- el que verá en estas imperfecciones oportunidades de beneficio. Si descubre que en Mataderos el kilo de manzanas está a dos pesos y agregando el precio del traslado puede revenderlo a 4$ y hacer negocio, entonces no dudará en aprovechar la situación para ganar dinero. Como colateral, este beneficio individual redunda en uno “social” para quienes viven en Caballito.

Sin embargo, si bien en términos generales este sistema se entiende y se juzga como mejor que otros, la noción de que la búsqueda del beneficio personal y que el egoísmo son intrínsecamente perversos, genera un sistema legal que impide el desarrollo de este proceso de manera eficaz.

En consecuencia tenemos leyes laborales que impiden la libre contratación, leyes que impiden el libre comercio y leyes que obligan a regalar ganancias al Estado para que éste redistribuya la riqueza.

Pero el tema no es económico sino de principios. Hasta no abandonar la hipocresía que implica la idea de que el sacrificio desinteresado es superior al interés personal, hasta que no admiremos a los aprovechadores y diseñemos un sistema en que el beneficio de ellos sea el beneficio del resto, las posibilidades de vivir en un país donde todos tengan una mejor calidad de vida seguirán siendo muy bajas.

viernes, 18 de marzo de 2011

¿Por Qué Roban los Políticos?

Por lo mismo que los otros ladrones. No tanto por su calidad como personas sino por una respuesta lógica a la siguiente pregunta: ¿Para qué trabajar 8, 10 o 12 horas por día por un sueldo que no alcanza si trabajando mucho menos tiempo se puede vivir mucho mejor?

En general creemos que el que roba es malo porque hace un daño al otro y eso es cierto, pero no debemos dejar de lado la idea de que el robo es un acto perfectamente racional.

Salir a robar no debe ser nada fácil. Si te sale mal podés terminar preso, herido o bien muerto. Es decir, robar involucra un alto nivel de riesgo. Sin embargo, el beneficio es alto en relación al costo.

Robar una cartera, por ejemplo, puede tomar 40 segundos. La adrenalina debe ser altísima y –como dijimos- el riesgo también, pero luego de 40 segundos de trabajo obtuvimos 200 o 300 pesos más un celular y accesorios que podemos cambiar por dinero.

Asimismo, robarle con éxito una cartera a una señora en el medio de la avenida Corrientes es mucho más difícil que hacerlo de noche en un callejón con poca luz y poca gente. ¿Por qué? Porque la posibilidad de ser descubierto y tener que correr por tu vida disminuye significativamente en el callejón.

Ahora bien, imaginemos que el carterista pudiera reducir el riesgo de ser descubierto a una expresión mínima.

Imaginemos que, en lugar de asaltar una mujer, empujarla al piso, tironearle el bolso y salir corriendo, nuestra rutina laboral sucediera en un elegante despacho, con aire acondicionado y varios empleados sirviendo café.

Supongamos, además, que en lugar de 200 pesos y accesorios para vender, el premio son varios millones que van a ir a parar a una cuenta en un banco suizo a nombre de un tío segundo.

Pensemos también que la posibilidad de ser atrapado en medio del atraco baja porque nuestra rentabilidad es tan grande que podemos compartir el botín con quien debería meternos presos.

Y considérese por último que las oportunidades para incurrir en este tipo de maniobras es abundante puesto que el sistema está lleno de regulaciones, permisos, habilitaciones, contrataciones públicas y licitaciones.

Finalmente, si vos fueras político y vieras esta circunstancia, ¿no robarías también?

Probablemente no porque no es tu estilo andar jorobando a la gente por ahí. De acuerdo. Sin embargo, no podemos decir que quien cobra una coima, paga un sobreprecio, o cobra un “peaje” extra no lo haga siguiendo una perfecta ecuación de costo beneficio. Entonces ¿qué hacemos?

Como primera medida podríamos ir casa por casa predicando las bondades de ser honesto y no quedarse con los vueltos. Pero difícilmente la debilidad humana logre entendernos.

En segundo lugar, podríamos idear una nueva serie de controles que sirva para relevar a los supervisores del área de regulación de las actividades monitoreadas que controlan al que debería estar controlando; logrando simplemente agregar eslabones a una cadena en donde, a la larga, cuando se aceita el mecanismo, todos se llevan su porción.

Entonces, si los hombres luego de resolver su ecuación costo-beneficio deciden incurrir en actos corruptos, y si los controladores de que esto no pase son tan humanos como los primeros, lo que hay que cambiar no es al hombre sino a la circunstancia.

Si no hubiera mujeres por la calle caminando con carteras, de seguro no habría carteristas. Si la calefacción dependiera de cada departamento, el administrador del edificio no podría facturar más caro el arreglo de la caldera.

Análogamente, si removiéramos al gobierno de su papel omnipresente, promotor y controlador de la actividad de los ciudadanos, le estaríamos dando un demoledor golpe al fenomenal clima de negocios corruptos que hoy impera en el país.

jueves, 10 de marzo de 2011

El Boliche de Montoya

Era una noche como cualquier otra en Avellaneda, cuando los chicos –Pablo, Juan y Christian- decidieron cambiar la rutina. Se habían aburrido de ir siempre al mismo boliche, visitar siempre los mismos bares y hablar siempre con las mismas chicas que vivían de novias.

Fue así que emprendieron el viaje a General Montoya. Preguntaron un poco y se dirigieron directamente al bar de más renombre del lugar: “WHY”.

El hecho que despertaran al otro día y tuvieran que reconstruir la noche dio la pauta de que ésta había sido un éxito rotundo. Juan miró su agenda y no conocía la mitad de los nombres que en ella había –claro, todos de mujer y con un 0248 adelante-. Lo mismo para Christian (más tecnológico) que ahora tenía 7 nuevos contactos de BlackBerry Messenger y Juan que anotó 3 nombres para buscar en Facebook.

Como podrán intuir, el cuento no tardó mucho en difundirse por todo Avellaneda. Hacer los 60 Kilómetros hasta Gral. Montoya era diversión garantizada. Y así fue, fin de semana tras fin de semana, nuevos grupos de chicos se dirigían a “WHY”.

Pero claro, no todo era color de rosa. Al tiempo que los de zona sur estaban exultantes y las chicas de Montoya disfrutaban de su multiplicidad de “opciones”; los montoyanos se llevaban la peor parte.

Salvo los que estaban de novios, el resto estaba desolado. Encarar en “WHY” era lo mismo que jugar al tenis contra el frontón. Puros rebotes, las chicas a veces ni se daban vuelta para mirarlos. "¿Para qué? Más de lo mismo" decían.

Finalmente las quejas comenzaron a hacerse oír: “¡No podemos seguir así, es injusto que los extranjeros se queden con la belleza de este pueblo!”, “No podemos pasarla bien, se quedan con todo y no podemos hacerles frente porque vienen con esos peinados raros” y la más escuchada “¡Cómo pretenden que compitamos contra los oriundos de la ciudad de Pablo Echarri, son naturalmente mejores!”

Y así fue como el Concejo Deliberante decidió promulgar la reglamentación número 48 que rezaba: “… se prohibirá el ingreso al establecimiento bailable ‘Why’ de todo adulto entre 18 y 35 años que sea nacido en la Ciudad de Avellaneda, sea hijo de alguien nacido allí, hermano, padre o pariente lejano… en representación del pueblo de General Montoya y para su protección y su bienestar, cúmplase y hágase cumplir”.

Las protestas no tardaron en llegar. El primer viernes una multitud se reunió en la puerta de la disco con acusaciones de discriminación y carteles que acusaban al boliche y al municipio de xenofobia y hasta de racismo. Lo curioso fue ver entre la multitud a algunas mujeres del mismo pueblo “protegido”.

Y así fue que por tres fines de semana consecutivos, los avellanedos se acercaron a la puerta del local para exigir justicia y pedir que se terminara la discriminación. Las discusiones y peleas terminaron desembocando en una fuerte reprimenda por parte de la policía municipal.

Luego de varias, la represión terminó las protestas. Ya no había nada por hacer.

A los meses la situación era calma. Sin embargo, no por ello era feliz. Atrás habían quedado las noches memorables de “WHY”. Algunas chicas volvieron a mirar a los “locales”, sin embargo, la mayoría prefirió dejar de ir. Preferían ir al cine, mirar una película o migrar por las noches a otros pueblos. Muchas, de hecho, preferían viajar a Avellaneda o hacer alguna reunión en su casa e invitar a los que habían conocido allí.

Y por supuesto, no faltó la que entablara una relación muy cercana con alguno de los señores de la entrada para que -a cambio de algún favorcito- hiciera la vista gorda y dejara pasar a sus viejos amigos de Avellaneda.

A fin de cuentas, fueron éstos los que más se beneficiaron. Luego de un año, en Montoya todos querían ser patovicas.

jueves, 3 de marzo de 2011

¿Por qué no era para todos el "Deporte Para Todos"?

“Yo quiero decirles que me siento muy feliz en el día de hoy porque a ese Fútbol Para Todos ahora se suma este Deporte Para Todos los argentinos. Para que todos los argentinos puedan disfrutar libremente por la televisión abierta de cosas que no lo podían hacer si no tenían su cable, su abono, su pago (…) chicos que vieron después de catorce o quince años, por primera vez fútbol en su casa… cosas tan simples, de tan simples que parece mentira que no se podían realizar…”

La anterior es una cita textual del discurso con el que la presidenta anunció el programa “Deporte Para Todos”. Dejando de lado el reproche al redactor del mismo (que debe haber reprobado Lengua en sendas oportunidades), me gustaría en esta oportunidad debatir esta última aseveración: ¿Si era tan simple brindar deporte para todos, por qué no se hizo antes?

Lo llamativo de todo esto es que la mismísima primera mandataria nos dio la respuesta minutos después:

“A mí la verdad… yo no miro los partidos de futbol por televisión”

¿Pero Cómo? Si el fútbol es un “bien social”, un “bien público”[i], si es una pasión de los argentinos, cómo es posible que CFK no siga el campeonato ¿Será que es francesa, española o chilena?

Nada de eso. Es argentina con domicilio en provincia de Buenos Aires, al igual que las muchas mujeres que prefieren hacer otra cosa en lugar de mirar fútbol por TV.

¿Y cuántas mujeres son las que nunca en su vida miraron un partido de Rugby –que ahora será incluido en las programaciones gratuitas-? ¿Y a cuántos hombres sólo les interesa el fútbol pero jamás mirarían un partido de Vóley? ¿Cuántos tuercas no miran fútbol? ¿Cuántos futboleros no miran el TC2000?

Este es el principal motivo por el cual el deporte no es para todos. Simplemente porque no todos están interesados en el deporte. No existe el deporte como interés nacional, pasión de los argentinos o bien público. Existe como interés de algunos, pasión de otros y bien privado.

Aceptémoslo Nalbandián, muy pocos miran tus partidos en Argentina… Ni hablar de los Milincovic o los Meana. ¿Quién se fuma la liga argentina de Vóley? Nadie.

Son públicos minoritarios, son nichos que algunos empresarios identifican y buscan satisfacer su necesidad a cambio de alguna compensación. Así funciona. El esfuerzo para transmitir se ve compensado por el televidente interesado, es una relación de dos en donde ambos quedan contentos.

Con el “Deporte para Todos” la relación cambia. Cristina no mira fútbol pero le paga la transmisión a los futboleros. El esfuerzo por transmitir lo compensa el dinero de los impuestos, y los beneficiados son de nuevo el transmisor y los televidentes, pero a costa de un tercero que no mira ni televisa.

Entonces estimada Presidenta: El fútbol, como cualquier otro deporte, no es para todos porque no a todos nos gusta el deporte –de hecho usted lo admite-. Si a usted no le molesta financiar la transmisión de los partidos de Racing, la invito a que cree una fundación. Pero no tome mi dinero coactivamente para semejante injusticia.



[i] Son palabras textuales extraídas del discurso de la presidenta que puede verse completo en estos dos links:

http://www.youtube.com/watch?v=hBnw3mVOc5o

http://www.youtube.com/watch?v=QQzkFlR43xI