martes, 27 de marzo de 2012

Más allá de Moreno (y no me refiero a La Reja)

Uno de los aspectos positivos de Moreno – consecuencia no intencionada de su despreciable accionar – es que logra hacer evidente la arrogancia y la violencia que yacen detrás de todas las medidas económicas intervencionistas probadas en Argentina de un tiempo a esta parte.

Ahora está de moda “pegarle” al funcionario. Nos cae mal su prepotencia, su mala educación, su soberbia y su actitud de desprecio por cualquier argentino que no esté a su nivel (porque todos sabrán que ser funcionario público es algo incomparablemente honorífico). Muchos, de hecho, piden su renuncia[1].

Sin embargo, lo que debe remarcarse es que Moreno solamente exterioriza lo que ya estaba presente en el país desde tiempos anteriores al mismísimo San Néstor. De hecho, si investigamos un poco en diarios del 2003 podemos encontrar las primeras noticias que anunciaban los “acuerdos de precios” a los que el gobierno de Duhalde – y su respetadísimo Ministro de Economía Roberto Lavagna – había llegado con distintos sectores de la economía, como el lácteo o el de los combustibles.

La única diferencia entre estos “acuerdos” y el dictum “el precio lo defino yo[2]” del funcionarísimo Moreno es que uno se lleva a cabo en una reunión amistosa y cordial y el otro se sale un poco de lo protocolarmente esperable. En esencia, no obstante, la situación es la misma. Veamos por qué…

Los precios de los productos son meras señales, meros mensajeros de “algo” que está detrás. Por ejemplo, si el precio de la leche sube puede deberse a que ésta sea relativamente escasa. Su precio alto, por tanto, indica que el sector de la leche es un buen negocio e invita a los empresarios a desembolsar su ahorro en producir leche para obtener rentabilidad. La competencia que estos nuevos empresarios generan da como resultado más leche y menores precios.

Por otro lado, el precio – como mensajero del mundo económico – también puede estar reflejando que hay algo en la economía que está siendo relativamente abundante, a saber, los pesos en circulación. Cuando no es solo la leche sino todos los precios los que suben (aunque lo hagan a ritmos distintos) la información que se transmite es que hay inflación.

Exactamente lo mismo puede ser dicho de los medios de comunicación. Los diarios son meros mensajeros de “algo” que está detrás. Ergo, si el diario A dice que el ministro B está llenándose los bolsillos con la corrupción de la empresa C, solo se limita a difundir esa información a aquellos agentes que estén interesados en conocerla.

Si el gobierno, ergo, quiere hacer algo al respecto ¿cuál es la diferencia entre, por un lado, invitar al director del diario A y pedirle amablemente, con vino y sushi de por medio, que deje de comunicar cosas inconvenientes y, por el otro, citarlo para comunicarle que la información que se transmite “la decido yo”?

Desde la devaluación el gobierno de Duhalde y el de ambos Kirchner han recurrido a la violencia contra el mensajero como manera de solucionar los problemas que ellos mismos generan. Los controles de precios, tipo de cambio, compra de moneda extranjera e importaciones son algunos ejemplos. Los nuevos ataques a la prensa y los últimos exabruptos del funcionarísimo, los más recientes.

En conclusión, por más que nos traten bien, cuando el gobierno intenta impedir que se transmitan ciertos mensajes – económicos o no – siempre nos enfrentaremos al violento “esto lo decido yo”. Una eventual renuncia de Moreno no solucionaría este problema.

Si de una vez y para siempre queremos terminar con esta situación tenemos que abogar por un sistema donde la imposición gubernamental no sea una opción. Caso contrario, terminaremos siempre topándonos con estas peligrosas víctimas del delirio de grandeza.