viernes, 13 de enero de 2012

Inductivitis

Carlos Díaz murió en un accidente de tránsito el primero de Enero. Diez días más tarde, sin embargo, nos enteramos que dicho accidente no fue un hecho fortuito impredecible, sino que fue producto de la irresponsabilidad (por decir lo menos) de un conductor ebrio que venía generando caos a su paso por la ruta 11.

El video fue grabado por otro conductor y ahora todo está sometido a investigación. No aconsejo verlo, basta con saber la historia que es suficientemente triste.

Lo curioso del hecho es la reacción de ciertas personas. La información dice que el conductor ebrio, quien desencadena el accidente, es de nacionalidad boliviana. Rápidamente entonces son varios los que se apresuran a decir que si no fuera por cierto “descontrol migratorio” esto no habría sucedido.

El razonamiento es el siguiente. Si en argentina viviéramos solamente los argentinos y las fronteras estuvieran cerradas (como en la Rusia Soviética de su momento) o, al menos, “bien reguladas” (como la de Estados Unidos, o la de los países europeos en la actualidad) podríamos “elegir” quienes entran y quienes no y, por supuesto, dejaríamos afuera a los bolivianos borrachos.

Lo menos que se puede decir de esta abominable reflexión es que peca de exceso de inductivismo. Si el inductivo fuera un órgano del cuerpo, podríamos decir que los que esbozan estas teorías padecen una severa inductivitis.

El inductivismo, sin embargo, no es un órgano del cuerpo sino una doctrina científica que (grosso modo) explica fenómenos universales a partir de enunciados particulares. Por ejemplo, al observar la caída de un lápiz desde el escritorio, luego al ver que el caen gotas de agua de la ducha, y luego de ver que si tiro una moneda hacia arriba ésta vuelve a mi mano, concluyo que existe una fuerza que llamamos gravedad.

De la misma forma, al ver que un accidente es generado por un individuo no nacido en Argentina, pedimos que cierren las fronteras. A partir del enunciado “un boliviano produjo un accidente fatal” y “los bolivianos son extranjeros” concluimos “todos los extranjeros son un riesgo para la salud de los que viven en Argentina”

Ahora bien ¿Qué pasa con el que no es Argentino pero nunca ocasionó ningún accidente? ¿Qué diremos de los argentinos que sí los ocasionan? ¿Y qué decir de los ladrones, secuestradores y asesinos que ahora constituyen la pujante industria nacional? ¿Y los políticos corruptos? Muchos, por ley, no pueden ser extranjeros.

El inductivismo presenta el problema de que nunca podemos saber si nuestra “base empírica” es suficientemente grande. ¿Qué me garantiza a mí que luego de observar 500.000 personas con ojos verdes, la 500.001 tenga ojos marrones? ¿Cómo puedo afirmar, aun habiendo observado un número enorme de ovejeros alemanes, que no existen los bóxers?

La teoría xenófoba que sigue a esta noticia no solo es una muestra del más rancio fascismo. Es, además, una “ilustración empírica” de la ignorancia supina de quien la postula.

jueves, 5 de enero de 2012

El político discriminador

En los Estados Unidos, por mucho tiempo referencia obligada al hablar de libertad, democracia y progreso, surgió una polémica a raíz de la publicación de ciertas newsletters atribuidas a un candidato de corte neoliberal, como algunos gustarían en llamar.

Es problema que presentaban estas newsletters es que revelaban que este candidato aparentemente “libertario”, creyente en el mercado, en la no agresión, en la tolerancia entre las diferentes creencias y preferencias individuales, etcétera era realmente un racista homofóbico. Así las cosas, muchos atribuyen la pérdida de la Interna de Iowa a esta controversia.

Ahora bien, supongamos lo peor. Ron Paul es un facho discriminador que se mofa de los gays y cree que todas los negros son delincuentes. ¿Cuánto debería importarnos (poco a nosotros que vivimos abajo del mundo, pero supongamos que fuera un candidato argentino)? ¿Cuán relevante, entonces, son las preferencias individuales de los candidatos? ¿Por qué deberíamos preocuparnos de si un político es gay-friendly, antisemita o racista?


Lo que viene a la mente rápido es el ejemplo alemán del siglo pasado. Si antes de asumir la presidencia cantás a los cuatro viento que despreciás cierta religión, probablemente después termines cometiendo una masacre difícil de olvidar. Tomando este hecho en consideración, es comprensible que quedemos espantados cuando olemos algo siquiera parecido.

Sin embargo, lo que deberíamos tener en cuenta en lugar de las características personales de los candidatos y sus eventuales parcialidades respecto de ciertos temas es el sistema en que ese candidato ejercerá el poder.

¿Podrá este político materializar su discriminación y convertirla en política de Estado? ¿Es cierto que si el político que triunfa en las elecciones es gay-friendly entonces los “derechos de los gays” van a respetarse pero si es un ultracatólico conservador los homosexuales deberán volver al “under” de donde salieron? ¿Debemos realmente temer que si el nuevo presidente norteamericano no es negro puedan volver los tiempos de la segregación, por ejemplo?

Si lo que pesa en el sistema es la persona, entonces sí. Mucho miedo deberíamos tener. En los esquemas políticos en que lo importante es el tipo de persona que asume el trono, la sociedad buscará continuamente seres extraordinarios, amantes de todo tipo de religiones, amigos de todo tipo de preferencias sexuales, incapaces de discriminar, sensibles con los pobres, amigables con los ricos... en fin, un prototipo difícil de encontrar.

Por el otro lado, si el sistema es lo que importa y éste supone que las preferencias personales del mandatario no tengan ningún efecto práctico en la sociedad (paradójicamente el sistema que Ron Paul parece proponer al menos en alguna medida), poco debería importarnos si el nuevo presidente es gay, musulmán, judío, pelirrojo o si va a la cancha de Racing en lugar de a la de Boca.

La manera de evitar que la homofobia o la discriminación tengan algún efecto dañino concreto sobre la sociedad no es buscar continuamente el gobierno de Superman o la Mujer Maravilla, sino más bien encontrar aquel sistema en el cual, aun gobernando el Pingüino o el Guasón, los ciudadanos puedan vivir en paz.