viernes, 31 de agosto de 2012

"Preferimos que veraneen en el país"

Ricardo Echegaray, el titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos que le ganó a la inflación porque hizo crecer su patrimonio un 40% y, además, es propietario entre otras cosas de un departamento en Punta del Este, se despachó con una de esas frases candidatas a quedar en la historia.

Pero vamos por partes.

Dado que la “flotación sucia” se le hizo imposible de manejar al Banco Central, ahora es la AFIP la encargada de mantener el dólar en esa “banda” deseada por el gobierno y los “expertos” de la política monetaria.

¿Cómo lo hace? Prohibiendo de facto la compra de dólares.

Sin embargo, en un mundo con cada vez más variantes para el consumo y la compra de bienes, siempre quedan “ventanas abiertas” que se intentan cerrar con nuevas trabas impuestas por la AFIP. (De preguntarse por qué la gente compra dólares mejor ni hablar, es más fácil quedarse con la idea de que todos son unos chicos malos a los que hay que enderezar. A fin de cuentas, para eso sirve el Estado, ¿o no?)

Ahora bien, en su argumentación de la última medida para frenar la salida de dólares del BCRA, el millonario Echegaray explicó que el nuevo impuesto se impone porque él prefiere que los argentinos se queden a veranear en el país.

La frase no extraña ya que esta es la idea detrás de todo tipo de medidas proteccionistas o de “fomento a la industria nacional”. En el fondo, el mensaje siempre es “preferimos que los argentinos compren en el país”.

Ahora la gran pregunta es ¿por qué debería importarnos a los argentinos lo que Echegaray prefiera que hagamos? ¿Si yo prefiriera que él fuera bailarina de Tinelli en lugar de titular de la AFIP, accedería Ricardo a hacerlo? ¿Tiene la población las herramientas para forzarlo a él a hacer lo que a ella le plazca?

Nosotros no pero el gobierno sí y lo que la crudeza de la frase de Echegaray ha puesto de manifiesto es que detrás de las miles de explicaciones técnicas y discursos de maestra ciruela, lo único que se esconde es que los gobernantes a menudo intentan hacer con nosotros lo que ellos “prefieren”

Y la pregunta frente a esto es ¿cuál es el límite? No lo podemos saber pero arriesgarse a conocerlo parece, como mínimo, demasiado peligroso.