“No es lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que puedes hacer tú por tu país.”
John F. Kennedy
Y, finalmente, luego de décadas de penurias sociales y económicas, en nuestro país habíamos llegado a entender el verdadero sentido de la solidaridad social, el compromiso moral y la fuerza de la unión. Fue ese día, en Noviembre, que consagramos el amor a nuestra patria.
Queríamos tanto al país, que nuestra alimentación se basó sólo en productos bien nuestros. ¡Siempre fuimos un país agricultor y por fin estábamos beneficiándonos de ello en plenitud! Leche, carnes, cereales, todo era nacional. Ganábamos nosotros y, de paso, proveíamos a nuestros agricultores de una fuente de sustentación estable y no sujeta a demandas irracionales del exterior.
Amamos la patria, tanto que no nos interesaba siquiera pensar en comprar ropa afuera de las fronteras. ¿Qué necesitábamos? ¿Zapatos, zapatillas, remeras, camisas, sacos, corbatas? Lo que fuera, lo tendríamos. ¿Y qué si no tenían la marca de última moda? ¿Lo que se necesita es cubrirse del frío, o no? Y en este ciclo virtuoso los “textiles” se encumbraban en la escala social al tiempo que satisfacían las necesidades del pueblo.
Por esa época quisimos tanto nuestro suelo y confiamos tanto en el poder de nuestros ingenieros y empresarios que supimos que no sería necesario importar más automóviles. Nunca más. No le íbamos a pagar a un “John Doe” para que nos provea de un vehículo, si sabíamos que el Ingeniero González también podría hacer uno sin problemas. Poco tiempo pasó para que el Ingeniero fuera el nuevo Jefe de la Subsecretaría de Familia del Ministerio de Producción Automotriz.
Tanto amamos nuestra cultura y nuestra lengua que se decidió que ya no era necesario y, por supuesto, iba contra el buen gusto y ofendía nuestras costumbres escuchar músicas en otro idioma o leer libros de autores extranjeros. ¿Para qué? Si consumiendo cultura nacional nos cultivábamos nosotros y ayudábamos a nuestros hermanos.
Tanto amor por el país teníamos que elegimos un gobierno que tuviera esa misma pasión y ese mismo fervor por el sentir nacional. Naturalmente no íbamos a dejar que ningún sujeto, diario, revista o medio extranjerizante y contrario a la impronta de progreso de nuestro pueblo descalificara y agraviara la gestión gubernamental.
Fue enhorabuena que el presidente cerró las todas las publicaciones (radiales, televisivas, gráficas) que consideró contrarias al bienestar y la unidad nacional. Sin embargo, en una nueva demostración de la solidaridad que debía existir entre compatriotas, reubicó a los dueños de esas empresas en otros puestos de trabajo donde (además de tener un ingreso para sustentarse) serían mejor aprovechados por la sociedad.
Fue así como luego del pedido del Ingeniero González, tantas personas, tan duchas en el arte de la palabra se incorporaron al ministerio para cumplir la función de redactar los “Informes Diarios de Situación y Estadística para el Bienestar” que todas las mañana releían sus secretarios y utilizaba el Ingeniero para tomar decisiones.
¿Y viajar? ¿Para qué íbamos a molestarnos en salir de nuestro bellísimo territorio nacional? ¿Para qué? ¿Para ver como el consumismo destruía las culturas nacionales que tanto llevó construir? ¿Para qué? ¿Para ver cómo las modernas tecnologías rápidamente se pondrían en contra de nuestros concejales y ministros? ¿Para qué? ¿Para tener autos más rápidos, más cómodos, más lujosos? ¿Quién los necesita? ¿Para tener alimentos más variados? ¿Si todos los nutrientes que el “Comité de Alimentación” indica para la “Dieta Óptima” podemos conseguirlos puertas adentro?
Y a fin de cuentas: para qué sería necesario migrar de un país que todos disfrutamos, donde todos compartimos el objetivo común. Donde nuestro líder trabaja a diario, para que día a día alcancemos esta meta todos juntos.
Publicado en “Memorias de un periodista”, de Gregorio Dagnino Ruiz
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